Tomado del libro de Anibal A. Rottjer, La Masonería en la Argentina y en el mundo, Ed. Nuevo Orden, Buenos Aires 1973 (4ª Edición), pp. 397-417.
La propaganda masónico-liberal-laicista, que en revistas y periódicos de las sectas en la Argentina presenta ahora a San Martín como al “Gran Iniciado” de las masonerías nacional e internacional, es una de las tantas felonías y burdas calumnias, a las que están acostumbrados los “enmandilados hermanos tripuntes” y a la que hacen coro los falsarios difamadores del fundador de nuestra nacionalidad, con el premeditado propósito de atraer —a los partidos liberales y laicistas— a los ciudadanos sanmartinianos; despojando al Padre de la Patria de la aureola de auténtica religiosidad que lo muestra a las jóvenes generaciones como el modelo de argentino católico, apostólico, romano y devoto de la Virgen María.
O fue San Martín el mayor hipócrita de nuestros próceres y el más grande farsante de la historia o fue el paradigma de la argentinidad, que se nutre, en su íntima esencia, del catolicismo más leal y ferviente.
La masonería argentina encomendó al político español en el exilio, Augusto Barcia Trelles, grado 33, la tarea de escribir la historia de San Martín para demostrar que el Libertador fue masón e instrumento de la masonería internacional. Barcia Trelles fue Gran Maestre de la masonería y Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo[1].
En los varios volúmenes de su obra el autor afirma categóricamente que se cumplen tales circunstancias en la vida del prócer máximo de la argentinidad; pero, al llegar a las pruebas de sus aseveraciones, se despacha —muy suelto de cuerpo— diciendo que no se han podido encontrar los documentos respectivos —no solamente en la Argentina, Chile, Perú, Inglaterra y España; sino ni siquiera en Francia y Bélgica, donde seguramente estarían— y esto, porque los archivos de las logias han sido destruidos por los nazis durante la ocupación (?). Y concluye así: “Todas las gestiones por nosotros realizadas hasta hoy, han sido estériles e ineficaces”.
El masón Antonio Zúñiga, director de la biblioteca de la masonería argentina, escribía ingenuamente en su libro sobre la logia Lautaro y la independencia argentina: “San Martín quemó en Boulogne Sur Mer toda su documentación masónica para guardar herméticamente el secreto institucional”. ¿Cómo lo supo? El autor no lo dice[2].
Hábil en la doctrina cristiana
Juan de San Martín y Gómez, invocando a la Iglesia Católica Romana, contrae matrimonio con Gregoria Matorras y del Ser, con el objeto de “servir mejor a Dios Nuestro Señor”. Bendice las bodas, en la Catedral de Buenos Aires, el obispo Manuel Antonio de la Torre, y los esposos forman el nuevo hogar el 12 de octubre de 1770, fiesta de la Virgen del Pilar. El padre, ejemplar caballero por su probidad y honradez, fue sepultado en 1796 en la iglesia castrense de Málaga; y la madre, en 1813, en el convento de Santo Domingo de Orense, “después de confesarse y recibir el santo viático y la extremaunción”. Leemos en el testamento de la virtuosísima y santa madre de San Martín: “En el nombre de Dios Todopoderoso y de la Serenísima Reina de los Ángeles, María Santísima, Madre de Dios y Señora Nuestra.., protesto vivir y morir como verdadera fiel, y católica cristiana.., el cuerpo quiero sea amortajado con el hábito de mi padre Santo Domingo...”
“La pureza de las ideas católicas de los padres del Libertador —eran ambos terciarios dominicos y cofrades de Nuestra Señora de la Blanca— nos convencen de su tradición auténticamente cristiana”.
San Martín nace a la vida de la gracia en febrero de 1778, y se alista en la Iglesia Católica en el templo parroquial de Nuestra Señora de los Reyes de Yapeyú.
Fue bautizado por el padre Francisco Pera, a los pocos días de nacer, como lo habían sido sus hermanos, y María Elena, su hermana mayor.
Vivió con sus padres en la antigua casa de los jesuitas y se instruyó en la religión en su cristiano hogar y en la escuela de primeras letras de Buenos Aires.
El historiador chileno Vicuña Mackenna refiere que San Martín solía recordar con especial deleite sus juegos infantiles, en que, junto con sus hermanos, solía decir misa revestido con casulla de papel.
“Doña Gregoria Matorras crió a sus hijos en el santo temor y amor de Dios y les inculcó su fe, virtudes y espíritu de sacrificio”. En los cuatro años que frecuentó las aulas del Colegio Imperial de Madrid —“el mejor de la Península”— donde toda la enseñanza se ajustaba “a la conciencia, religión y fe católica”, honró el lema del Instituto, que era “formar caballeros cristianos”; ostentando, en el uniforme de colegial, la banda roja, terciada sobre el pecho, donde campeaba la imagen de Cristo.
Durante su carrera militar en Europa, “nada sabemos concerniente a sus ideas y prácticas religiosas”; pero, es muy significativo el relato de Doublet, el cual refiere que en el motín de Cádiz de 1808, cuando San Martín era edecán del general Solano —linchado en tal ocasión— buscó asilo en una ermita de la Virgen, y el populacho enfurecido le perdona la vida, por haberse acogido al patrocinio de la Madre de Dios. Un sacerdote pide clemencia a la turba exasperada, y el joven militar se salva milagrosamente. Al resultar herido en la batalla de Bailén contra Napoleón, el 19 de julio de 1808, la hermana de caridad que le prodigó los primeros auxilios le obsequió un rosario. “San Martín —según el testimonio del coronel Manuel de Olazábal— lo usó siempre y se lo vi suspendido del cuello debajo de la casaca a manera de escapulario. El día 15 de mayo de 1820 me presenté a la revista de Rancagua, a pesar de hallarme todavía enfermo a consecuencia de heridas recibidas en combate. El general me recibió y me entregó su rosario para que me diera buena suerte”.
Esta reliquia religiosa de alto valor histórico se halla depositada junto al sable del Héroe de los Andes, desde el 4 de julio de 1972, en la sala histórica del Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín.
El 12 de setiembre de 1812, a los 34 años de edad, San Martín —“hábil en la doctrina cristiana”— contrae nupcias en la Iglesia de la Merced de Buenos Aires con la ejemplar dama porteña María de los Remedios Escalada. Bendijo las bodas el presbítero doctor Luis José Chorroarín; y el 19 del mismo mes, ambos contrayentes comulgaron durante la misa de velaciones. “No era muy común entonces el comulgar en días de bodas”, dice Furlong; pero San Martín, como buen católico oye misa, confiesa y comulga al construir su cristiano hogar.
Su corazón religioso y compasivo
Después del combate de San Lorenzo, encarga al guardián del convento la celebración de varias misas, para rezarse, durante el mes de febrero de 1813, por los caídos en la refriega; y otras, con tedéum, en acción de gracias por la victoria, Coloca cruces sobre las tumbas de los muertos —como lo hará también en Chacabuco— y acepta con satisfacción cristiana y agradece afectuosamente los servicios espirituales, que el presbítero Julián Navarro y los treinta franciscanos prestaron heroicamente a la tropa.
En carta del 5 de febrero de 1813, el padre guardián Pedro García habla del “religioso y compasivo corazón” de San Martín, quien les consigue cuanto piden, apuntando en su declaración al gobierno: “es notoria la decidida adhesión de aquella Comunidad a la sagrada causa de América, de que he sido testigo”. Luego cumplimenta a los frailes en una carta desbordante de afecto hacia los ministros de Dios: “Los beneficios del convento de San Carlos están demasiado grabados en mi corazón para que ni el tiempo ni la distancia puedan borrarlos... Diga Vd. un millón de cosas a esos virtuosos religiosos; asegúreles usted los amo con todo mi corazón; que mi reconocimiento será tan eterno como mi existencia. Besa su mano, José de San Martín. Buenos Aires, 16 de mayo de 1813”.
Y el 26 de julio, Azcuénaga les comunica que la Soberana Asamblea “ha tenido a bien concederles titulo de ciudadanía”.
La Virgen Maria, objeto de su devoción
Desde 1813, San Martín llevó siempre consigo el relicario de la Virgen de Luján, obsequio de su esposa, “que morirá como una santa”; y desde 1823 guardó religiosamente sobre su pecho la preciosa reliquia, según testimonio del nieto del general Olazábal, quien la entregó al museo de la histórica villa.
En 1818, después de la campaña de Chile y antes de libertar al Perú, San Martín se dirige a Buenos Aires y aprovecha el viaje para postrarse ante la Imagen de la Virgen de Luján, dándole gracias y pidiéndole su bendición. Y en 1823, en su último viaje de Mendoza a Buenos Aires, al pasar por Luján, fue nuevamente a los pies de la Virgen para agradecerle el feliz éxito de sus campañas, consolarse de la muerte prematura de su fiel esposa e implorar su auxilio en la adversidad y en el ostracismo, lejos de la Patria que había fundado.
El piadosísimo general Belgrano le escribe desde Loreto (provincia de Santiago del Estero), ofreciéndole en su enfermedad la amistad y los cuidados pastorales del cura de Santiago, presbítero doctor Pedro Francisco Uriarte, que lo saludará y lo atenderá en su nombre, durante su permanencia en la ciudad.
Luego, el 6 de abril de 1814, le dice: “Mi amigo: La guerra no sólo la ha de hacer Vd. con las armas sino con la opinión, afianzándose siempre en las virtudes naturales, cristianas y religiosas... El ejército se compone de hombres educados en la religión católica que profesamos... Añadiré únicamente que no deje de implorar a Nuestra Señora de las Mercedes, nombrándola siempre nuestra Generala, y no olvide los escapularios a la tropa... Acuérdese Vd. que es un general cristiano, apostólico, romano; cele Vd. de que en nada, ni aún en las conversaciones más triviales, se falte el respeto a cuanto diga a nuestra Santa Religión...”
El 8 de mayo de 1814 se hacen públicas rogativas en Córdoba por la salud de San Martín, que vivió retirado en la hacienda de Pérez Bulnes en Saldán, desde mayo hasta agosto de ese año. Allí existía un oratorio público dedicado a Nuestra Señora del Carmen y era el lugar de reunión de los vecinos, los cuales escuchaban la misa dominical con el ilustre enfermo. El 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen, en ese preciso lugar, pactaron “amistad y alianza eternas”, los dos íntimos amigos: San Martín y Pueyrredón.
Por mucho tiempo llevó San Martín entre sus maletas y útiles, durante sus campañas, un cuadro de la Virgen del Carmen, de 38 cm. por 31 cm. pintado al óleo sobre tela, que luego obsequió a su fiel amigo el general Las Heras. Esta imagen se halla hoy en Córdoba, en el museo particular del ingeniero Castellano.
Existe también en el museo sanmartiniano de Mendoza una estatua de la Virgen del Carmen, que el general veneraba en su dormitorio.
Participación activa en los actos del culto católico. Medidas de gobierno
Durante los años 1815 y 1816 en el campamento del Ejército Libertador “se decía misa los domingos y días de fiesta y se observaba el descanso dominical. En el centro de la plaza se armaba una gran tienda de campaña, allí se colocaba el altar portátil y decía misa el capellán castrense o alguno de los capellanes... Los cuerpos formaban frente al altar. . . presidiendo el acto el general, acompañado del resto del estado mayor. Concluida la misa, el capellán dirigía a la tropa una plática de treinta minutos”. Diariamente “se rezaba el rosario por compañías, así lo hacía también el devoto general Belgrano en sus triunfos de Tucumán y Salta- y en Vilcapugio y Ayohuma durante la retirada; pues “aún flamea en nuestras manos la bandera de la Patria”, decía a sus soldados, y en medio de la derrota “hay un Dios que nos protege”.
“En todos los aniversarios patrios, en todas las grandes efemérides eclesiásticas, antes y después de cada acción de guerra, el Ejército de los Andes, con San Martín al frente”, participaba activamente en los solemnes cultos religiosos que se oficiaban.
Al predicarse en Mendoza una misión decretó, con fecha 31 de mayo de 1815, que todas las tiendas y pulperías permanecieran cerradas - desde el atardecer (hora de la oración); a fin de que la población pudiera asistir cómodamente a los sermones y prácticas piadosas.
En la Semana Santa de ese año, puso en la orden del día del jueves, que “todos los jefes y oficiales debían concurrir a la casa de San Martín para andar las estaciones”, o sea, visitar los Monumentos.
Aún se conserva la imagen de la Virgen que se veneraba en el oratorio de la casa de la familia Segura, cerca de El Plumerillo. “Allí realizó sus consoladores ejercicios religiosos y oyó sus misas dominicales (antes de la instalación de los cuarteles) el Libertador de Chile y el Perú, general don José de San Martín; y en recuerdo de aquellos días de fervorosa actividad, obsequió a la capilla un Cristo, adquirido en la capital peruana”. Por la tarde, solo o acompañado de O’Higgins, recorría los cuarteles y, al pasar delante de la capilla, muchas veces se apeaba del caballo y entraba en la humilde iglesita para adorar a Jesús Sacramentado.
El 3 de noviembre de 1815 manifiesta al secretario de Guerra —“con el convencimiento de un creyente sincero”— la necesidad de proveer de un vicario castrense al ejército, a fin de que estuviera mejor atendido “en sus ocurrencias espirituales y religiosas”; y propone al presbítero doctor José Güiraldes. Interesóse porque la tropa tuviera comodidad de frecuentar los Santos Sacramentos, y escaseando los sacerdotes capellanes, pide a Luzuriaga, el 28 de octubre de 1816, que no sólo se atienda a esa necesidad, sino también a la capellanía del hospital, con los confesores religiosos de la ciudad, “de suerte que en la casa nunca falte un capellán confesor, que asista a toda hora a las urgencias espirituales de los enfermos”.
Relevado del gobierno de Cuyo, en setiembre de 1816, redacta el “Código de Deberes Militares y Penas para sus infractores”; y siguiendo el ejemplo de Belgrano, suprime del Código Militar Español lo referente al duelo, como contrario a los principios católicos; a pesar de la resistencia de algunos oficiales. Dice Hudson que “San Martín expidió una orden del día prohibiendo el duelo bajo severas penas y no volvieron a aparecer en el Ejército de los Andes esos tan punibles hechos”. El primer artículo del Código Militar de San Martín reza así: “Todo el que blasfemare el Santo Nombre de Dios o de su adorable Madre e insultare la Religión, por primera vez sufrirá cuatro horas de mordaza atado a un palo en público por el término de ocho días; y por segunda vez, será atravesada su lengua con un hierro ardiente y arrojado del Cuerpo”. Para el Gran Capitán el respeto a la Religión y el culto de Dios y de la Santísima Virgen tuvieron siempre un lugar de preferencia.
“Las penas aquí establecidas —dice el último artículo del Código— serán aplicadas irremisiblemente. Sea honrado el que no quiera sufrirlas. La Patria no es abrigadora de crímenes. Cuartel General en Mendoza, setiembre de 1816. (Fdo.) José de San Martín”.
Fervorosa adhesión a la jerarquía eclesiástica
Los sacerdotes y religiosos apoyaron a San Martín en su obra de gobierno y en la preparación de la magna empresa, porque lo conocían católico sincero y padre de la Patria. En el Cabildo Abierto del 15 de febrero de 1815, el cura de Mendoza, Domingo García, y los superiores de las comunidades religiosas, deciden el voto de resistencia al decreto de Alvear que retiraba a San Martín del gobierno de Cuyo. A este voto se adhieren los curas y frailes puntanos y sanjuaninos. Los priores, guardianes y presidentes de los dominicos, agustinos, franciscanos, mercedarios y betlemitas: Rocco y Salinas, del Castillo, Sayós, Vera, Flores Hurtado, Alvarado, Ortega, Maure, Olmos, Moreira, Rodríguez, Guiñazú, Romero, Centeno, etc..., cederán, para cuarteles, sus conventos en San Juan y Mendoza, sus rentas, sus esclavos, sus campos de pastoreo y sus campanas para proveer al Ejército de los Andes. Los curas y frailes puntanos, sanjuaninos, mendocinos y chilenos como fray Luis Beltrán, fray Justo Santa María de Oro, Morales, Lamas, Coria, Inalicán, Sarmiento, San Alberto, etc., serán los eficaces auxiliares del Gran Capitán en la obra patriótica que tiene entre manos y mientras dure la campaña libertadora. En Cádiz trabó amistad con varios sacerdotes logistas, como Fretes, Anchoris y Arizpe, que lo decide a ingresar en la Logia y abandonar las filas del ejército español; en Perú, con los presbíteros Requena, Arce, Paredes, Echagüe, Tramania; y en Buenos Aires, con los diputados de la Asamblea del año XIII y los “hermanos” de la Logia Lautaro: presbíteros Chorroarín, Sáenz, Grela, Gómez, Gallo, Pedro y Mateo Vidal, Argerich, Sarmiento, Perdriel, Amenábar, Fonseca, Cayetano Rodríguez, Pacheco de Melo, Thams, Díez de Rámila, Larrañaga, Salcedo, Toro, Medina, Rivarola, etcétera.
Los nombres y las patrióticas benemerencias de más de un centenar de estos sacerdotes, amigos íntimos de San Martín, se hallan consignados en el artículo publicado en el diario “El Pueblo” de Buenos Aires de los días 13 y 20 de agosto de 1950 con el título de “Sotanas y Sayales Sanmartinianos”, y en el libro “Filón de Patria” de la editorial Santa Catalina.
“Es indudable que siempre contó entre sus mejores amigos a los eclesiásticos y miembros de las órdenes religiosas”.
San Martín quiso tener siempre a su lado al capellán ecónomo y secretario privado, doctor fray Juan Antonio Bauzá, que vivía con él; llevaba cuenta minuciosa de sus gastos y era su confidente y buen samaritano en sus frecuentes enfermedades. Su correspondencia epistolar con el Héroe de los Andes, posterior a su campaña libertadora, nos revela a San Martín “como un excelente católico”. En las “Cuentas y Gastos” del Gran Capitán apunta el estipendio con que el “piadoso y cristiano general” gratificó al padre Sayós por el sermón que le mandó predicar en acción de gracias por el triunfo de Chacabuco; lo abonado por la invitación a la fiesta de Nuestra Señora del Carmen y el costo del cuadro del apóstol San Matías; y la limosna a la abadesa de las monjas capuchinas, las cuales después de Maipú, dedicaron una inspirada poesía a San Martín, elogiando su brillante actuación y su acendrada fe religiosa.
Al regresar enfermo a Chile, a fines de 1822, nadie podía entrar en su habitación “sino el Director Supremo y el padre Bauzá, que se quedaba todo el día” junto a su lecho.
Mientras permaneció en San Juan, durante los meses de julio y septiembre de 1815 y octubre de 1818, prefería alojarse en el Convento de Santo Domingo, tratar, en la tranquilidad del claustro, los asuntos del Estado, recibiendo allí a los funcionarios y al pueblo; y sentarse a la frugal mesa de los religiosos, departiendo amigablemente con ellos y con su diputado, fray Justo Santa María de Oro, en la “celda de San Martín” que se conserva todavía como reliquia nacional.
Al ser nombrado gobernador de Cuyo, envía su primera carta al cura vicario de Mendoza, presbítero Domingo García y Lemos, reconociendo en el prelado patriota a la autoridad espiritual de su provincia: “...mi marcha (a ésa) —le dice— será mañana, para que no se retarden los deseos que me acompañan de dedicarme al servicio de la Patria y de vuestra merced a quien me ofrezco cordialmente... Córdoba, 25 de agosto de 1814”.
San Martín, obsequioso con la Santa Sede, presentará personalmente, “haciendo exhibición de mucha cortesía”, su filial homenaje a monseñor Juan Muzi, los días 6 y 7 de enero de 1824, durante la semana que el delegado apostólico de Pío VII y León XII permaneció en Buenos Aires; y se unirá al regocijo del auténtico pueblo argentino, a pesar de la indiferencia y sistemática oposición del gobernador y su ministro, en época de las reformas rivadavianas. La crónica del presbítero Sallusti, secretario de la legación, a quien acompañaba el canónigo Juan Mastai Ferretti —más tarde Pío IX—, dice: “El célebre general San Martín, que había conquistado todas aquellas provincias, Chile y gran parte del Perú, del dominio de España, depuesta la grandeza de su gloria, dos veces se presentó a Monseñor en traje privado, para saludarlo y felicitarlo por su llegada”. El día 9 de enero monseñor Muzi le devolverá la visita.
A estos rasgos de buen católico, respetuoso de la jerarquía eclesiástica, añadiremos sus delicadezas con los jerarcas de la Iglesia peruana.
En Ancón recibe al obispo de Trujillo, monseñor doctor Juan Carrión “con todo el respeto debido a su alta posición y a sus venerables canas: dejándole en libertad para que se marchara a Lima”.
En 1822 dirige una carta al obispo de Cuzco, monseñor doctor Calixto Orihuela, que termina así: “...Crea Vuestra Señoría Ilustrísima que desearé ocasiones en poderle acreditar mi veneración, respetos y deseos de complacerlo. Nuestro Señor guarde a V. S. Ilma. muchos años. Besa la mano de V. S. Ilma. su más afectísimo servidor, José de San Martín”.
Igual comportamiento tendrá con el arzobispo de Lima, monseñor Bartolomé de Las Heras, quien afirma que el general victorioso, “dejándose llevar de su bondad y religiosidad”, había convenido con él, que acordaría en su dictamen en los asuntos eclesiásticos concernientes a Religión, a fin de no disponer cosa alguna que contrariase los cánones de la Iglesia. El 6 de julio de 1821 le escribía desde El Callao: “La noticia que he recibido de que V. E. Ilma. permanece en esa capital, sin embargo de haberla evacuado las tropas españolas; ha consolado a mi corazón con la idea de que su respetable persona será un escudo santo contra las tentativas de la licencia... Me congratulo que V. E. Ilma. haya tenido lugar de observar la especial protección que he tributado a Nuestra Santa Religión, a los templos y a sus ministros... Monseñor Las Heras agradece a San Martín su carta en estos términos: “Los sentimientos de religión y humanidad que respira el oficio que acabo de recibir de V. E., ha desahogado sobremanera a mi espíritu...” El ministro de San Martín, García del Río, escribía al arzobispo, refiriéndose al Protector del Perú: “Además debo manifestar a Su Señoría los sentimientos religiosos que abriga su pecho, y que no desmentirá jamás…”
Y San Martín imparte órdenes para que se facilite la salida del octogenario prelado, “evitando toda incomodidad”; y el arzobispo al agradecerle escribe: “Le doy gracias por la consideración que ha manifestado hacia mi persona... He sentido no poder dar a Ud. un abrazo (al despedirme)... Quiero pedir a Ud. un favor en señal de nuestra recíproca amistad, y es que acepte una carroza, un coche, un dosel de terciopelo y dos sillas, que pueden servirle para los días de etiqueta, y una imagen de la Virgen de Belén.,.. Créame, amigo, que lo encomiendo a Dios diariamente”.
Preocupación por la educación católica en las escuelas
La educación de Cuyo tuvo en el colegio de la Santísima Trinidad, fundado por San Martín, el más alto exponente de la cultura de la zona andina. Donado el colegio por el presbítero Cabral y regenteado por los presbíteros Güiraldes y Videla, fue puesta bajo la especial tutela de San Luis Gonzaga.
San Martín estableció que se enseñaran, además de las ciencias profanas, “los deberes del católico”, como fundamento de toda cultura; y ordenó edificar la anexa capilla para las prácticas religiosas. Con idénticos fines y bajo los auspicios del general, dirigían escuelas, en Mendoza y San Juan, sus amigos y colaboradores, presbíteros Morales, Lamas y Gómez. El historiador Hudson, alumno de estas escuelas, afirma: “Leer, escribir y contar, saber las obligaciones del católico y guardarlas estrictamente; he aquí la instrucción dada a la juventud de entonces” bajo el gobierno del general San Martín.
El vicario castrense, presbítero doctor José Güiraldes, bautiza a la hija del general, el 31 de agosto de 1816, a los siete días de nacer; y el Gran Capitán pone a su “infanta mendocina”, bajo la augusta protección de la Virgen de las Mercedes. Más tarde la educará en un colegio de religiosas, donde la visitará semanalmente. En 1853, cuando Mercedes de San Martín, visita con su esposo, Mariano Balcarce, al papa Pío IX, en audiencia privada, el Padre Santo tendrá recuerdos elogiosos para el Héroe de los Andes, y Balcarce escribirá luego a Félix Frías, el 10 de febrero de ese año: “Hemos quedado encantados con la bondad, dignidad y angelical dulzura del Padre Santo, de cuya benéfica acogida conservaremos un recuerdo indeleble mientras vivamos”
En la noche de Navidad de 1816, San Martín manifestó su deseo de que la bandera, que habría de llevar la libertad a Chile, fuera “del color del cielo”, y era su voluntad que el día de Reyes el Ejército tuviera bandera, como regalo de su general. En sus pliegues fue bordado el escudo nacional “con sedas de colores e hilos de oro, que se sacaron de una casulla de los franciscanos”; y al concluir su labor, las damas, presididas por la esposa de San Martín, amanecen arrodilladas ante el crucifijo del oratorio de la casa del General, dando gracias a Dios por haberlas ayudado a terminar la bandera y orando por el triunfo de las armas de la patria.
La Virgen del Carmen, Generala de su Ejército
San Martín, el 5 de enero de 1817, después de haber elegido en junta de oficiales a la Virgen del Carmen como Patrona del Ejército de los Andes, se dispone a solemnizar con emotivas ceremonias religiosas el magno acontecimiento.
La procesión, presidida por los prelados, San Martín y el teniente gobernador, llega de San Francisco a la Matriz, donde se halla la nueva bandera depositada sobre la bandeja de plata. Antes de la misa, San Martín se levanta de su sitial, sube al presbiterio, toma la bandera y la presenta al sacerdote, quien la bendice juntamente con el bastón del General. Al Evangelio, el canónigo Güiraldes pronuncia el panegírico de circunstancias. Terminada la misa, se entona el tedéum, se reanuda la procesión y llegan, al altar del tablado, la bandera .y la imagen de la Virgen. Entonces San Martín coloca su bastón de mando en la mano derecha de la Madre de Dios, poniendo bajo su amparo la dirección del Ejército y el éxito de la campaña libertadora.
Dice Capdevila: “Tal ceremonia es un acto religioso típico, que define a San Martín como a un perfecto católico, apostólico, romano, creyente como el que más en la Madre Purísima”.
El 25 de mayo de 1815, ordena como gobernador de Cuyo celebrar con solemne “función de Iglesia” el aniversario de la Revolución; y el 8 de agosto de 1816, jura con su estado mayor, “por Dios y por la Patria”, la Independencia Nacional. Antes de -emprender el cruce de la Cordillera, el Héroe de los Andes oye misa y comulga con todo el Ejército, al que le impone el escapulario de la Virgen del Carmen; como hizo personalmente Belgrano con los cuatro mil escapularios que le enviaran las monjas de Buenos Aires, colocándoselos a sus soldados en Tucumán, después del triunfo obtenido en el día de la Virgen de las Mercedes. Y San Martín en unidad de pensamiento con su íntimo amigo el general O’Higgins —que juró proclamar a la Virgen del Carmen como Patrona y Generala de los ejércitos de Chile, si lograban las armas patriotas el triunfo de la libertad; y que después de Cancha Rayada, de rodillas ante el altar de la Reina y Madre del Carmelo, formuló el voto de levantar un templo en el campo de la victoria—, prestó su profunda adhesión a todas las ceremonias que en ese año de 1818 se realizaron en Maipú, celebrando el triunfo con imponentes actos religiosos.
Ya el 16 de julio de 1817, festividad de la Virgen del Carmen, se había hecho la solemne entrega de la medalla de honor a los vencedores en Chacabuco, seguida de una gran procesión, en que participaron las tropas libertadoras; el 21 de abril de 1818 se oficia, por la victoria de Maipú, una solemne misa en la catedral de Santiago de Chile, a la que asistieron. San Martín y O’Higgins, con panegírico del presbítero doctor Julián Navarro.
Junto a su dormitorio se ofrecía diariamente la Santa Misa
En el palacio residencial de San Martín, en Santiago de Chile, junto a la habitación destinada a su inseparable capellán, había una capilla, en la cual campeaba la imagen de la Virgen del Carmen; y además, todos los ornamentos y utensilios litúrgicos para la celebración del Santo Sacrificio. Poseía también, en su casa particular, un retablo de la Virgen de los Dolores, el altar portátil y dos artísticos crucifijos.
El 12 de febrero de 1818, San Martín proclamó solemnemente la independencia de la “nueva patria” de Chile en el primer aniversario de Chacabuco, “a nombre de los pueblos y en presencia del Altísimo”; La ceremonia se realiza frente a la catedral. Monseñor José Cienfuegos, vicario del obispo de Santiago, recibe el juramento de San Martín “por Dios y por la Patria”, poniendo su mano sobre los Santos Evangelios; y todo el pueblo responde arrodillado: “¡Sí, juramos!” Al día siguiente, en la catedral, asiste el General al tedéum en acción de gracias por la reconquista de Chile; y el 14, a la solemne misa cantada, en que pronunció la oración patriótica el capellán castrense Julián Navarro.
Su cristiano reconocimiento por la visible protección de la Virgen
El 1º de octubre de 1815, San Martín anticipa la victoria a los pueblos de su mando, manifestándolos en su proclama: “...Yo me atrevo a predecirla, contando con vuestro auxilio, bajo la protección del Cielo...”
El 30 de diciembre de 1818, desde Santiago de Chile, aseguraba a los habitantes del Perú, “del modo más solemne”, que la preocupación y los sentimientos de los nuevos gobiernos de América, propendían al “respeto de las personas, de la propiedad y de la Santa Religión Católica; y les anunciaba que las armas patriotas “habían obtenido señaladamente la protección del Eterno”.
El 19 de agosto de 1820, antes de zarpar de Valparaíso, saluda así a los cuyanos: “...hago voto al Cielo por vuestra felicidad...”; y dirigiéndose a los soldados del Ejército Unido les dice: “Fiado en la justicia de nuestra causa y en la protección del Ser Supremo, os prometo la victoria”.
Al despedirse de sus soldados, en 1822, les dijo: “...ocho años os he mandado y al fin vuestras virtudes y constancia, bajo los auspicios del Cielo, han producido la independencia de la América del Sud”; y al despedirse de los peruanos: “¡Que Dios os haga felices en todas vuestras empresas y que El os eleve al más alto grado de paz y prosperidad!”
El 12 de agosto de 1818, después de sus victorias, San Martín acredita su sincera devoción a la Madre de Dios y su fervor cristiano, al donar al convento de los franciscanos de Mendoza su bastón de General: “La decidida protección que ha prestado al Ejército de los Andes su Patrona y Generala, Nuestra Madre y Señora del Carmen, son demasiado visibles. Un cristiano reconocimiento me estimula a presentar a dicha Señora, que se venera en el convento que rige V. P., el adjunto bastón, como propiedad suya y como distintivo del mando supremo que tiene sobre dicho Ejército”.
Más tarde envió también la bandera de los Andes, para que fuera custodiada en el camarín de la Virgen del Carmen, la generala victoriosa de las armas de la patria. Y en carta al gobernador de Mendoza, escrita en Lima en 1821, le recuerda que las banderas tomadas a los realistas, deben depositarse en dicho templo.
El 26 de enero de 1816 escribía a Godoy Cruz; congresal de Tucumán, insistiendo en la necesidad de declarar prontamente la independencia; en cambio, con respecto a la forma de gobierno, sólo le preocupa que el sistema adoptado no manifieste “tendencia a destruir Nuestra Religión”.
El 24 de enero de 1817, escribe su última comunicación al Director Pueyrredón; pues, la expedición ya ha comenzado su marcha a través de la Cordillera; y le anuncia: “Esta tarde salgo a alcanzar las divisiones del Ejército. Dios me dé acierto para salir bien de tamaña empresa... Dios mediante, para el 6 de febrero estaremos en el valle del Aconcagua”.
Y Pueyrredón le contestaba el 1º de febrero de 1817: “Ojalá sea Vd. oído por Nuestra Madre y Señora de las Mercedes”.
Desde Ancón, en 1820, le escribía a O’Higgins diciéndole: “...Nuestros sucesos no pueden ser más prósperos. Dios nos ayuda, porque la causa de América es suya; ésta es mi confianza”. Todo lo calculaba el General, puesta su fe en Dios y en su Madre Santísima.
El día 8 de septiembre de 1820, fiesta de la Natividad de la Virgen María —“el primer día de la libertad”—, desembarca en las playas del Perú, y el patriota Hipólito Unanúe le escribe desde Lima: “...Todo esto anuncia un próspero fin, que completará la protección de la Celestial Patrona, en cuyo día puso el pie en estas costas el Ejército Libertador”.
Las cartas sanmartinianas, fiel reflejo de su alma cristiana
En las cartas del Libertador, ya oficiales como privadas, San Martín menudea frases que manifiestan su religiosidad y traslucen su espíritu sinceramente cristiano y piadoso. “Gracias a Dios, me encuentro bien... Dios guarde a Vd. muchos años... Con el favor del Cielo... Si Dios nos echa su bendición... Quiera el Cielo guiamos... Dios ponga un término a esta guerra, cuyos resultados no serán otros que agravar los males. ...Dios le inspire acierto. ...Dios lo mantenga en tan buenos propósitos... Dios lo deje llegar con bien... Dios le conserve la salud... Dios ponga tiempo en nuestras manos... Juro ante Dios y América... Dios haga, sea el iris de la unión y tranquilidad... Quiera Dios que al recibo de esta comunicación... Dios conserve la armonía... ¡Gran Dios! Echad una mirada de misericordia sobre las Provincias Unidas... Dios ha escuchado mis votos...” etc.: son todas expresiones cristianas, que se suman a las ya transcriptas; y a las que podemos añadir las de las cartas siguientes:
A Miguel de la Barra le decía en 1842: “...gracias sean dadas a Dios, (pues) mi salud quebrantada ha podido soportar estas desgracias”.
Al cuidador de su chacra mendocina, le escribe el 2 de febrero de 1821, desde su cuartel general de Huaura, una carta que refleja elocuentemente la bondad de su cristiano corazón: “... Auxilie Vd. a los pobres con granos y herramientas... no se dé cuidado que, Dios mediante, en concluyendo la campaña (la chacra de) los Barriales tiene que ser el paraíso y el auxilio de todos los infelices; no hay que desmayar, que todo Dios lo tiene que componer... Dios mediante, muy en breve estaremos en Lima”.
En 1836, escribe al general Pedro Molina y le dice: “...como sólo Dios es el que dispone las cosas de esta vida… he reaccionado de los males que me habían llevado al borde del sepulcro”.
En 1822, afirmaba en su carta a Bolívar: “Dios, los hombres y la historia juzgarán mis actos públicos… esperemos serenos los designios de Dios…”
Y el 30 de septiembre de 1823, al contestar la carta de su íntimo amigo Vicente Chilavert, en la cual se advertía que por su situación más descansada, dispondría también de más tiempo para leer su correspondencia, le decía: “. . .el tiempo, sin embargo, no lo tengo muy sobrante; pues él es dedicado a prepararme a bien morir… como un cristiano que por su edad y achaques ya no puede pecar, y a tributar al que dispone de la suerte de los guerreros y profundos políticos, las más humildes gracias por haberme separado de unos y de otros.”
O’Higgins, en 1836 y 1837, escribía al ilustre proscripto: “¡Qué altos son los juicios del Eterno! ¡Qué admirables sus providencias...! No cesemos, mi querido compañero, de rendir millones de gracias a la Majestad Divina, protectora de la inocencia; porque si nos ha dado y nos manda tribulaciones, nos conserva la vida y salud... evidentemente para que adoremos su providencia y agradezcamos la merced que nos ha concedido...”
A su secretario e intimo amigo, general Tomás Guido, le comunica el 2 de agosto de 1818: “... para mediados de este mes pasaré la cordillera y espero en Dios que todo se hará felizmente. Diga Vd. al padre Bauzá apronte mi casa para breves días”. El 5 de febrero de 1830 le decía al terminar su carta: “Que Dios lo libre de vivir y morir en pecado mortal, son los votos de su viejo amigo.- José de San Martín”. Y el 3 de octubre de 1816: “Cuénteme lo que haya de Europa y dedique para su amigo media hora cada correo, que Dios y Nuestra Madre y Señora de Mercedes se lo recompensarán”.
“Esta sola expresión —dice Furlong— bastaría para declarar que no sólo era San Martín un hombre católico, sino también un católico piadoso” e hijo amante de la Reina de los Cielos.
El gobernante católico
El 8 de octubre de 1821 promulga en Lima el Estatuto Provisional “dado por el Protector de la Libertad del Perú”, como anticipo de la constitución definitiva. “Mi pensamiento ha sido —afirma— dejar puestas las bases sobre que deben edificar los que sean llamados al sublime destino de hacer felices a los pueblos... Luego iré a buscar en la vida privada mi última felicidad y consagraré el resto de mis días a contemplar la beneficencia del Gran Hacedor del Universo y renovar mis votos por la continuación de su propicio influjo sobre la suerte de las generaciones venideras”. De los 43 artículos citamos el 1º y 3º: “La Religión Católica, Apostólica, Romana, es la Religión del Estado: el gobierno reconoce como uno de sus primeros deberes el mantenerla y conservarla por todos los medios que estén al alcance de la prudencia humana. Cualquiera que ataque en público o privadamente sus dogmas o principios será castigado con severidad... Nadie podrá ser funcionario público si no profesa la Religión del Estado”.
Y el juramento del Protector del Perú lo redactó así: “Juro a Dios y a la Patria y empeño mi honor, que cumpliré fielmente el Estatuto Provisional dado por mí para el mejor régimen, etcétera”.
Después de haber consultado al arzobispo, monseñor Bartolomé de Las Heras, y a los prelados peruanos para compulsar la voluntad general y haber levantado acta de la decisión unánime por la libertad, declaró solemnemente a la faz del mundo, el 28 de julio de 1821: “El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad de los pueblos y por la justicia de su causa, que Dios defiende”. Al día siguiente se realiza la ceremonia en la catedral de Lima, con misa cantada y solemne Tedeum en acción de gracias con la asistencia de San Martín y las altas autoridades civiles, eclesiásticas y militares.
Y como un cristiano homenaje a Santa Rosa de Lima, Patrona de la Independencia Argentina, el Fundador de la Libertad del Perú crea la Orden del Sol, colocándola bajo la especial protección de la virgen americana.
El 19 de enero de 1822, al delegar el mando, emana un decreto que establece en el artículo 4º: “El Supremo Delegado saldrá con la comitiva a la Iglesia Catedral, donde se cantará un Tedeum...”
El 20 de septiembre de 1822, al recibir en el sagrado recinto de la Catedral, el juramento de los ministros y diputados: —“Juráis la Santa Religión Católica, Apostólica, Romana, como propia del Estado”—, añadió San Martín: “Si cumpliereis lo que habéis jurado, Dios os premie y si no, El y la Patria os demanden”
Acto seguido, el deán entonó el Tedeum de acción de gracias por la instalación del Primer Gobierno Patrio.
Y ante el congreso de Lima, el Protector del Perú, en la sesión de apertura, desciende del alto sitial de gobierno de los pueblos libres, pronunciando estas hermosas palabras: “Al deponer esta investidura, no hago sino cumplir con mi deber y con los votos de mi corazón… Pido al Ser Supremo el acierto, luces y tino, necesarios a los representantes del pueblo, para hacer su felicidad... Que el Cielo presida vuestros destinos y que éstos os colmen de felicidad y paz.”
San Martín cumple sus deberes de fiel cristiano
Dice Francisco Gómez, hermano del general Andrés y del coronel Leandro, héroe de Paysandú, que “San Martín era muy religioso. Lo vi varias veces en la (Iglesia) Matriz (de Montevideo en los meses de febrero, marzo y abril de 1829); sobre todo en las misas de los domingos, adonde concurríamos infaliblemente. En la capilla del Reducto —fundada por el general Rondeau, durante el sitio de Montevideo— asistió el General (San Martín) a una misa celebrada en esa capilla, en compañía del coronel Eugenio Garzón, quien tenía su cuartel a pocos pasos de la capilla”. Igualmente, durante esos meses, visitó la capilla de la Aguada, para cumplir con sus deberes religiosos.
Los funerales del Héroe
El testamento ológrafo de San Martín, escrito en 1844, bajo la impresión de una muerte inminente, es en realidad —como dice Furlong— una simple minuta del verdadero testamento que aún se desconoce; y lo inicia como reza el símbolo de la fe cristiana: “En el nombre de Dios Todopoderoso…”
Vicuña Mackenna refiere que “esa pieza de cincuenta y dos renglones, escrita en una cuartilla de papel, no es un testamento, es un simple boletín como el de Maipo, redactado sobre la almohada, como redactó aquél en el arzón de la silla (de su cabalgadura)”.
“En frases sencillas ordenó sus disposiciones —dice el doctor Villegas Basavilbaso— sin jactancia, humildemente, con fervor cristiano. Inició su testamento “En el nombre de Dios Todopoderoso, a quien reconozco como Hacedor del Universo”, porque creía en Dios, a quien invocó tantas veces en víspera de la gloria”.
La prohibición de los funerales obedece al espíritu sanmartiniano, en oposición a todo lo aparatoso, y nada más. Por eso deudos y amigos cumplieron fielmente con las disposiciones testamentarias; ofreciendo, no obstante, misas y sufragios, que han sido, seguramente, del agrado del cristiano y austero militar.
“Fiel siempre a sus hábitos modestos —escribió Félix Frías— había manifestado su voluntad de que su entierro se hiciera sin pompa ni ostentación alguna y así se ha hecho”.
Por las cartas transcriptas, nos revela San Martín, que desde 1823, se venía preparando a bien morir; de modo que su deceso repentino, no fue imprevisto para él. En el ostracismo tuvo a su lado, en Gran Bourg, al presbítero Bertin, y en Boulogne Sur Mer, el párroco monseñor Benoit Haffreingue, “prelado ilustrado y piadoso”, quien lo asistió espiritualmente en los últimos días de su vida “como un verdadero ministro del Evangelio”; y ofreció luego a su hija la cripta de la Catedral, para que reposaran los restos del Libertador.
Francisco Rosales, encargado de negocios de Chile, que cerró sus ojos “después del repentino ataque, que casi sin agonía puso fin a sus días”, comunicó al gobierno el deceso diciendo: “acabó sus días con la calma del justo”; y Félix Frías, testigo presencial, informa: “Un crucifijo estaba colocado sobre su pecho. Otro en una mesa, entre dos velas, que ardían al lado del lecho del muerto... (Su hija y sus dos nietecitas rogaban por él)... Dos Hermanas de Caridad rezaban por el descanso del alma que abrigó aquel cadáver... El carro fúnebre se detuvo en la iglesia de San Nicolás. Allí rezaron algunos sacerdotes las oraciones en favor del alma del difunto... Después de esa ceremonia el convoy fúnebre continuó hasta la Catedral”. Allí permanecieron los restos de San Martín hasta el 21 de noviembre de 1861, en que, celebrándose solemnes exequias, fueron trasladados a Brunoy. Más tarde, con toda la pompa de la liturgia católica, se celebraron funerales en la Catedral de El Havre, el 21 de abril de 1880, y en las catedrales de Montevideo y Buenos Aires, a fines de mayo; como ya se habla realizado en 1850 y 1851, en Chile, en Entre Ríos por orden de Urquiza, y en Perú por decreto del presidente Ramón Castilla.
Hijo sincero de la Iglesia Católica
“No existe ningún documento para probar que San Martín haya sido masón”. (Ricardo Rojas en “El Santo de la Espada”, Buenos Aires, 1942, p. 70).
“San Martín era mi caballero en su proceder, en sus acciones y conducta, cuya bondad de corazón era tan manifiesta como sus grandes habilidades, y a quien era imposible conocer íntimamente sin amarle”. (General Miller en 1853).
“Fue un ejemplo sorprendente de consecuencia, lealtad, patriotismo, fidelidad, desinterés, austeridad y nobleza de alma. Se necesita estar cegado por la pasión de secta para pasar por alto todo el cúmulo de pruebas documentadas que acreditan el catolicismo del Libertador, y obstinarse en llamarlo masón, o católico despreocupado de la doctrina” (Armando Tonelli en “El General San Martín y la Masonería”, p. 138).
“Es sobre todo venerable a mis ojos porque a sus hechos heroicos mereció asociar el título de grande hombre de bien”. (Félix Frías).
“Murió sin quejas cobardes en los labios y sin odios amargos en el corazón”, (Mitre).
“Treinta años de calumnias innobles no alcanzaron a hacer subir su palabra de defensa desde su corazón hasta sus labios. La ingratitud no le arrancó una queja”. (Avellaneda).
“(Los peruanos) declaramos ante el universo que San Martín es el más grande de los héroes, el más virtuoso de los hombres públicos, el más desinteresado patriota, el más humilde en su grandeza; que San Martín a nadie injurió; que sufrió con cristiana resignación los más inmerecidos ataques; aunque retirado en su humilde vida privada, de su boca no salieron revelaciones que hubieran mancillado la honra ajena; de su pluma no se deslizó el corrosivo veneno de la difamación...” (Paz Soldán, 1868).
“Al privarnos la Divina Providencia de un padre tierno y virtuoso, parece que hubiese querido suavizar su dolor, haciendo que sus últimos momentos fueran sin sufrimiento alguno visible y con la serenidad que inspira una conciencia sin tacha”. (Balcarce, 14 de septiembre de 1850, al general Ramón Castilla, presidente del Perú).
“Esta casa estaba santificada a nuestros ojos”, dirá el doctor Gerardi, dueño de la casa en que murió San Martín.
“San Martín fue profundamente cristiano”. (Enrique Tovar en “La Crónica” de Lima).
“...Comandante en Jefe del Ejército de los Andes, rezaba al toque de oración de cada día, y semanalmente escuchaba misa y rezaba el rosario”. (Coronel Bartolomé Descalzo, presidente del Instituto Sanmartiniano).
“Creía en Dios, en la Santísima Virgen, en la ilicitud de la blasfemia, en el Pontificado Romano, en los Sacramentos, y quiso morir como buen cristiano. Era un hijo sincero de la Iglesia Católica. Nadie podrá presentar documentos donde se pruebe lo contrario”. (Trenti Rocamora).
“Era un católico no sólo práctico, sino además ferviente y apostólico”. (Guillermo Furlong, miembro de la Academia Nacional de la Historia).
“Los audaces y atrevidos que han puesto en duda la cristiana devoción de San Martín desconocen su grandeza. Este no fue un hombre capaz de fingir nada. Como lo dijo lo practicó: “O serás lo que has de ser, o no serás nada”. Porque fue lo que debía ser, fue grande entre los grandes”. (Cardenal Caggiano, primado de la Argentina, arzobispo de Buenos Aires y vicario castrense).
Y cumpliendo la vieja sentencia castellana del escudo de armas de la familia Zorrilla de San Martín: “Velar se debe la vida de tal suerte, que viva en la muerte”... viven en la inmortalidad.
Bibliografía utilizada:
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Gelly y Obes, C. El libertador general José de San Martín, cristiano por linaje, educación y convicción.
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Hudson, Damián. Recuerdos históricos de Cuyo.
Paz, Soldán. Historia del Perú independiente.
Piaggio, Agustín. La fe de nuestros padres.
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Varela, L. Breve histories de la Virgen de Luján.
Verdaguer, J. Aníbal. Historia eclesiástica de Cuyo.
REFLEXIONES SOBRE SU FÉ RELIGIOSA
Juan Mario Phordoy (1925-1992)
En San Martín, como en los demás héroes de nuestra emancipación -Manuel Belgrano, José María Paz, Gregorio Aráoz de La Madrid, Juan Gregorio de Las Heras, José Matías Zapiola, para citar a algunos de ellos- el fragor de las armas no fue óbice de su fe religiosa, que mantuvieron incontaminada en la guerra y en la paz. El 9 de marzo de 1812 llegaban al puerto de Buenos Aires José de San Martín, Carlos de Alvear, José Matías Zapiola y otros patriotas. Venían a ofrecer sus servicios a la causa de la emancipación. Siete días después, el gobierno le encomendaba a San Martín la formación del Regimiento de Granaderos a Caballo. Llama la atención que el prócer incluyera en el quehacer cotidiano y semanal del regimiento las prácticas del buen cristiano. Lo recuerda el coronel Manuel A. Pueyrredón en sus “Memorias”: “Después de la lista de diana se rezaban las oraciones de la mañana, y el rosario todas las noches en las cuadras, por compañías, dirigido por el sargento de la semana. El domingo o día festivo el regimiento, formado con sus oficiales, asistía al santo oficio de la misa que decía en el Socorro el capellán del regimiento.” Agrega Pueyrredón: “Todas estas prácticas religiosas se han observado siempre en el regimiento, aún mismo en campaña. Cuando no había una iglesia o casa adecuada, se improvisaba un altar en el campo, colocándolo en alto para que todos pudiesen ver al oficiante.” El 12 de setiembre de 1812, San Martín contrajo enlace con María de los Remedios de Escalada. El día 19 del mismo mes, los cónyuges recibieron las bendiciones solemnes en la misa de velaciones, en que comulgaron, según consta en la partida matrimonial conservada en el archivo de La Merced. Tras una fugaz actuación en el norte, con el Ejército Auxiliar del Alto Perú, San Martín recibió el nombramiento de Gobernador- Intendente de Cuyo el 10 de agosto de 1814. Meses después comenzaba la preparación del ejército que había de luchar en Chile y Perú.
En él también introdujo el Libertador las prácticas religiosas. Es testigo de excepción el general Gerónimo Espejo, quien así lo expresó: “Los domingos y días de fiesta se decía misa en el campamento y se guardaba como de descanso... Los cuerpos formaban al frente del altar en columna cerrada, estrechando las distancias, presidiendo el acto el general acompañado del Estado Mayor. Concluida la misa, el capellán - José Lorenzo Güiraldes- dirigía a la tropa una plática de treinta minutos, poco más o menos. Pocos días antes de iniciar el cruce de los Andes, San Martín quiso proclamar a la Virgen del Carmen patrona del ejército y proceder, en ese acto, al juramento a la bandera. El 5 de enero de 1817 se cumplió la ceremonia, que describieron dos testigos presenciales: Gerómino Espejo y Damián Hudson. A las diez de la mañana entraban las tropas en la ciudad. Junto a la iglesia de San Francisco se formó la procesión. Marchaban en pos de la imagen de la Virgen “el general San Martín, de gran uniforme, con su brillante Estado Mayor y lo más granado de la sociedad mandolina.” Hubo misa solemne, panegírico del capellán Güiraldes y tedéum. Se organizó de nuevo la procesión encabezada por el clero. “Al asomar la bandera junto con la Virgen, consigna Espejo, los cuerpos presentaron armas y batieron a marcha. El regocijo y la conmoción rebasaron toda medida cuando, al salir la imagen para colocarla en el altar, el general San Martín le puso su bastón de mando en la mano derecha, declarándola así, en la advocación que representaba, patrona del Ejército de los Andes.” La ceremonia concluyó con la ovación a la bandera y un brillante desfile. El 12 de febrero de 1818, se cumple en Santiago el acto formal de la proclamación de la independencia de Chile, con tedéum y misa. Un mes después, el 14 de marzo, se realiza en la catedral capitalina una ceremonia religiosa de consagración a la Virgen, bajo los términos de este bando: “El excelentísimo señor Director Supremo resuelve, con acuerdo y solicitud de todos los cuerpos representantes del Estado, declarar y jurar solemnemente por patrona y generala de las armas de Chile, a la sacratísima reina de los cielos María Santísima del Carmen, esperando con la más alta confianza que bajo su augusta protección triunfarán nuestras armas de los enemigos de Chile. Que para monumento de la determinación pública y obligatoria, y con la segura esperanza de la victoria, hace voto solemne el pueblo de erigir una capilla dedicada a la Virgen del Carmen, que sirva de distinguido trofeo a la posteridad y de estímulo a la devoción y religiosa gratitud, en el mismo lugar que se verifique el triunfo de las armas de la patria.” La batalla de Maipú, ganada el 5 de abril de 1818, decidió el sitio exacto para construir la capilla prometida. Mencionaremos dos documentos de la devoción de San Martín a la Virgen. El primero, es la carta que el prócer escribió en Mendoza el 12 de agosto de 1818, destinada al guardián del convento de San Francisco: “La decidida protección que ha presentado al ejército su patrona y generala, nuestra Madre y Señora del Carmen, son demasiado visibles. Un cristiano reconocimiento me estimula a presentar a dicha Señora (que se venera en el convento que rige vuestra paternidad) el adjunto bastón como propiedad suya, y como distintivo del mando supremo que tiene sobre dicho ejército.” El otro, es una nota del general Manuel de Olazábal, conocida hace pocos años y adjunta a un viejo rosario que fue donado al Regimiento de Granaderos a Caballo, de Buenos Aires. Su publicación habrá sorprendido a quienes se figuraban un San Martín no religioso. El objeto está identificado como rosario de madera del monte de los Olivos, perteneciente al general San Martín, a quien se lo regalara la hermana de caridad que cuidó de él después de la batalla de Bailén contra los franceses, en 1808, en la que fue herido ligeramente. La expedición al Perú fue la última gran campaña de San Martín. El 9 y 10 de julio de 1821, entraba el ejército en Lima y el 28 se juraba la independencia del Perú. Al día siguiente hubo tedéum en la catedral y pontificó el arzobispo. San Martín promulgó el Estatuto Provisional del 8 de octubre de ese año, para regular los actos de su gobierno, con este primer artículo: “La religión católica, apostólica, romana es la religión del Estado. El gobierno reconoce como uno de sus primeros deberes el mantenerla y conservarla por todos los medios que estén al alcance de la prudencia humana. Cualquiera que ataque en público o en privado sus dogmas y principios, será castigado con severidad a proporción del escándalo que hubiere dado".
El Protector jura y suscribe este Estatuto, como norma de su gobierno. La oración patriótica del presbítero Mariano José de Arce, pronunciada en esa oportunidad, deja una impresión serena de la situación creada en el Perú con el advenimiento de San Martín: “Las desgracias iban preparando el camino de nuestra felicidad en las manos paternales de la providencia... Su sabiduría eterna suscita un genio benéfico a las orillas del río de la Plata: lo adorna con la prudencia, con la justicia y la fortaleza, para que fuese ornamento y consuelo de la humanidad; le da la victoria de Chacabuco y Maipú, para hacer libre a una nación tan digna de serlo, como escarmentando a los opresores y, últimamente, lo hace arribar a nuestras playas arenosas el día de la natividad de María Nuestra Señora en el año que acaba de correr. Aquí empieza la época de la felicidad del Perú.” Después de la famosa entrevista de Guayaquil con el Libertador Bolívar, San Martín decidió retirarse a la vida privada. Se despidió con actos que llevan el sello de sentida religiosidad. El 22 de agosto de 1822, ordenaba que hubiese en la catedral unas grandes vísperas en honor de nuestra patrona Santa Rosa, y el día 30, una solemne misa y procesión. El 20 de setiembre debía reunirse el Congreso para recibir las insignias del mando supremo. San Martín publicó un decreto en orden a su instalación y las funciones religiosas que debían anteponérsele en la catedral: “Ocupados los asientos respectivos, empezará la misa votiva del Espíritu Santo, que cantará el deán eclesiástico. Concluida, se entonará el himno Veni sancte spiritus y enseguida el deán hará una ligera exhortación a los diputados, sobre la protestación de la fe y juramento que deben prestar. La fórmula de éste será leída en alta voz por el ministro de Estado en el Departamento de Gobierno, concebido en los términos siguientes: ¿Juráis conservar la santa religión católica, apostólica, romana como propia del Estado y conservar en su integridad el Perú? San Martín partió ese mismo día con destino a Chile.
EL SERVICIO RELIGIOSO PARA LAS NUEVAS TROPAS
Rvdo. P. Cayetano Bruno
Cuando San Martín comenzó a organizar en Mendoza el ejército, el escaso número inicial de efectivos era asistido espiritualmente por el párroco de esa ciudad pero, a medida que arribaban los nuevos contingentes para engrosar las filas, se acrecentaba también la acción pastoral. “Eran hombres educados en la religión católica - decía Belgrano- afianzados en las virtudes naturales cristianas y religiosas. Con tal motivo San Martín dirige desde Mendoza, el 3 de noviembre de 1815, un oficio al secretario de guerra, coronel Marcos González Balcarce, por el cual solicita el nombramiento de un vicario castrense como inicio del cuerpo de capellanes. Decía el Libertador: “se hace ya sensible la falta de un vicario castrense que, contraído por su carácter al servicio exclusivo del ejército, se halle éste mejor atendido en sus necesidades espirituales y religiosas... Conforme a ello, propongo para el vicario general castrense el Pbro. Dr. José Lorenzo Güiraldes. Este eclesiástico, que al buen desempeño de su ministerio reúne un patriotismo decidido, ejercerá aquel con la piedad y circunspección apetecibles.” Güiraldes era mendocino y ejercía el sagrado ministerio en aquella ciudad. Era ferviente patriota y había demostrado siempre con la mayor decisión su adhesión a la causa de la libertad americana. Organizó el clero castrense que desarrolló su actividad pastoral en el campamento del Plumerillo, brindando asiduo apoyo religioso a los efectivos allí concentrados que, a principio de 1817, eran 3.987 hombres, entre jefes, oficiales y tropa. La actividad que debían desarrollar los capellanes había sido reglamentada por Güiraldes en las denominadas “Instrucciones Generales”. Ellas se ajustaban a las normas canónicas castrenses que regían, pero adecuadas a la situación propia de los ejércitos de la patria. Esas ordenanzas establecían que se omitiera en las preces litúrgicas de la santa misa la mención “por el rey Fernando VII y su familia”, igual que la petición “por los ejércitos y pueblos realistas”, rogando, en cambio, sólo por los ejércitos y pueblos que sostenían la libertad de América. Las normas también establecían que los capellanes debían exhortar a la tropa a la subordinación a sus jefes y oficiales, enalteciendo la santidad de nuestra religión y la justa causa que defendían.
El cuerpo auxiliar de los capellanes castrenses del Ejército de los Andes se hallaba constituido, además, con los sacerdotes chilenos exiliados, que brindaron una eficaz colaboración. Entre ellos merece citarse al Pbro. Casimiro Albano y Pereyra, quien tenía una acendrada amistad, desde su niñez, con Bernardo O’Higgins, razón por la cual éste le llamaba “hermano”. En 1844 Albano y Pereyra publicó el primer ensayo biográfico del héroe, titulado “Memoria del Excmo. Señor Don Bernardo O’Higgins”. Fue capellán del ejército patriota chileno durante la campaña de la Patria Vieja y lo siguió siendo en el Ejército de los Andes, además del cargo que se le asignó como “proveedor general”. Cinco religiosos bethlemitas se integraron al cuerpo de sanidad como médicos de este ejército, cumpliendo la doble misión espiritual y humana en grado honroso. El benemérito fray Antonio de San Alberto - dice el general Espejo- continuó sus servicios como cirujano y aún se embarcó en Valparaíso, en agosto de 1820, con el Ejército Libertador del Perú, bajo las órdenes del general San Martín. En el año 1823, en que entró en Lima el libertador Simón Bolívar, le nombró su médico de cámara y le expidió el despacho de teniente coronel del ejército. A su lado asistió al resto de la campaña. Para las celebraciones religiosas del Ejército de los Andes en campaña, el general San Martín había ordenado la preparación de cuatro capillas portátiles, con los respectivos ornamentos y objetos litúrgicos. “Los capellanes, que hasta el presente han servido sin sueldo ni gratificación alguna -le decía Güiraldes a San Martín-son acreedores a que V.E. los incorpore ya en las revistas y estados generales con arreglo a ordenanzas, donde perciban sus sueldos, dignándose mandarles algún socorro para que se preparen a la marcha como miembros del ejército.” En efecto, aquellos capellanes, henchidos de amor a la patria y decididos por la emancipación americana, partieron con la tropa para cumplir la campaña de los Andes. Las arduas jornadas cordilleranas supieron de su abnegada misión al compartir plenamente las vicisitudes del soldado. En realidad, todo ello era el testimonio del afecto y lealtad que brindaron los capellanes castrenses al Gran Capitán.
La proclamación de la Virgen del Carmen como patrona del Ejército de los Andes y el solemne juramento a la gloriosa bandera -actos realizados el 5 de enero de 1817- centraron las solemnes manifestaciones de piedad y marcialidad en la ciudad de Mendoza, antes de la partida para el cruce de los Andes. En la iglesia matriz, el general San Martín presentó la bandera para ser bendecida por el capellán general castrense José Lorenzo Güiraldes. Con oración, sacrificio y heroísmo, partía aquel ejército hacia la ardorosa campaña de los Andes: “Dios mediante para el 15 - decía San Martín a Godoy Cruz- ya Chile es de vida o muerte... Dios nos dé acierto; mi amigo, para salir bien de tamaña empresa.”
LEGADO SANMARTINIANO
"A aquel que blasfemare, o insultare, o hiciere burla del santo nombre de Dios Nuestro Señor o de su Santísima Madre, le será atravesada la lengua con un fierro al rojo vivo".
Del Reglamento Interno del Ejército de los Andes
"...yo no aprobaré jamás que ningún hijo del país se una a una nación extranjera para humillar a su Patria".
De la Carta de San Martín a Gregorio Gómez, 21 de septiembre de 1829
"Mi más apreciable paisano y señor: no puedo ni debo analizar las causas de esta guerra entre hermanos. Y lo más sensible es que siendo todos de iguales opiniones en sus principios, es decir, de la emancipación e independencia absoluta de la España. Pero sean cuales fueran las causas, creo que debemos cortar toda diferencia y dedicarnos a la destrucción de nuestros enemigos, los españoles, quedándonos tiempo para transar nuestras desavenencias como nos acomode, sin que haya un tercero en discordia que pueda aprovecharse de estas críticas circunstancias. Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón. No tengo más pretensión que la felicidad de la Patria; en el momento en que ésta se vea libre renunciaré el empleo que obtenga para retirarme, teniendo el consuelo de ver a mis conciudadanos libres e independientes...”.
De la Carta de San Martín a José Artigas
"Gran Bourg, 7 leguas de París 10 de junio de 1839.
Exmo. Sr. capitán general D. Juan Manuel de Rosas. Respetable general y señor: Es con verdadera satisfacción que he recibido su apreciable del 24 de enero del corriente año; ella me hace más honor de lo que mis servicios merecen; de todos modos, la aprobación de estos por los hombres de bien es la recompensa más satisfactoria que uno puede recibir. Los impresos que usted ha tenido la bondad de remitirme, me han puesto al corriente de las causas que han dado margen a nuestra desavenencia con el gobierno francés: confieso a usted, apreciable general, que es menester no tener el menor sentimiento de justicia, para mirar con indiferencia un tal abuso del poder; por otra parte, la conducta de los agentes de este gobierno, tanto en este país como en la Banda Oriental, no puede calificarse sino dándosele el nombre de verdaderos revolucionarios; ella no pertenece a un gobierno fuerte y civilizado; pero es que ni en la Cámara de los Pares, ni en la de los Representantes no ha habido un sólo individuo que haya exigido del ministerio la correspondencia que ha mediado con nuestro gobierno, para proceder de un modo tan violento como injusto: esta conducta puede atribuirse a un orgullo nacional, cuando puede ejercerse impunemente contra un estado débil o a la falta de experiencia en el gobierno representativo y a la ligereza proverbial de esta nación; pero lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer. Me dice en su apreciable, que mis servicios pueden ser de utilidad á nuestra Patria en Europa; yo estoy pronto a rendírselos con la mayor satisfacción; pero, y faltaría a la confianza con la que usted me honra, si no le manifestase, que destinado a las armas desde mis primeros años, ni mi educación, ilustración, ni talentos no son propios para desempeñar una comisión de cuyo éxito puede depender la felicidad de nuestro país; si un sincero deseo del acierto y una buena voluntad fuesen suficientes para corresponder a la tal confianza, usted puede contar con ambas cosas con toda seguridad, pero estos deseos son nulos sino los acompañan otras cualidades. Deseo a usted acierto en todo y una salud cumplida, igualmente el que me crea sinceramente su afecto servidor y compatriota”.
Carta de San Martín a Rosas, 10 de Junio de 1839
"Paisano y muy señor mío: el que escribe a usted no tiene más interés que la felicidad de la Patria. Unámonos paisano mío, para batir a los maturrangos que nos amenazan; divididos seremos esclavos, unidos estoy seguro que los batiremos. Hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares y concluyamos nuestra obra con honor. La sangre americana que se vierte es muy preciosa, y debía emplearse contra los enemigos que quieren subyugarnos. Unámonos, repito, paisano mío. El verdadero patriotismo en mi opinión consiste en hacer sacrificios; hagámoslos, y la Patria sin duda alguna es libre, de lo contrario seremos amarrados al carro de la esclavitud. Mi sable jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas. En fin paisano, transemos nuestras diferencias; unámonos para batir a los maturrangos que nos amenazan, y después nos queda tiempo para concluir de cualquier modo nuestros disgustos, en los términos que hallemos por convenientes, sin que haya un tercero en discordia que nos esclavice...".
De la Carta de San Martín a Estanislao López
PENSAMIENTO
Estoy firmemente convencido que los males que afligen a los nuevos Estados de América no dependen tanto de sus habitantes como de las constituciones que los rigen. Si los que se llaman legisladores en América hubieran tenido presente que a los pueblos no se les debe dar las mejores leyes, pero sí las mejores que sean apropiadas a su carácter, la situación de nuestro país sería diferente.
No quiero manchar mi espada con sangre de mis hermanos.
Más ruido hacen diez hombres que gritan que cien mil que están callados.
Serás lo que debas ser, si no, eres nada.
Si somos libres, todo nos sobra.
La unión y la confraternidad, tales serán los sentimientos que hayan de nivelar mi conducta pública cuando se trate de la dicha y de los intereses de los otros pueblos.
La biblioteca es destinada a la ilustración universal, más poderosa que nuestros ejércitos para sostener la independencia.
La reputación del generoso puede comprarse muy barata; porque no consiste en gastar sin ton ni son, sino en gastar con propiedad.
Antes sacrificaría mi existencia que echar una mancha sobre mi vida pública que se pudiera interpretar por ambición.
La ilustración y fomento de las letras es la llave maestra que abre la puerta de la abundancia y hace felices a los pueblos.
La moderación y la buena fe, tales los fundamentos sobre los que apoyo mis esperanzas de ver estrechados los vínculos sagrados que nos unen, y de no aventurar un solo paso que pueda romperlos o debilitarlos.
Por inclinación y principios amo el gobierno republicano y nadie, nadie lo es más que yo.
En mis providencias malas o buenas, jamás ha tenido parte la personalidad y sí sólo el objeto del bien e independencia de nuestro suelo.
Es cierto que tenemos que sufrir escasez de dinero, paralización del comercio y agricultura, arrostrar trabajos y ser superiores a todo género de fatigas y privaciones; pero todo es menos que volver a uncir el yugo pesado e ignominioso de la esclavitud.
Deseo que todos se ilustren en los sagrados derechos que forman la esencia de los hombres libres.
Mis necesidades están más que suficientemente atendidas con la mitad del sueldo que gozo.
La seguridad individual del ciudadano y la de su propiedad deben constituir una de las bases de todo buen gobierno.
Dios conserve la armonía, que es el modo de que salvemos la nave.
No se debe hacer promesa que no se pueda o no se deba cumplir.
El empleo de la fuerza, siendo incompatible con nuestras instituciones, es, por otra parte, el peor enemigo que ellas tienen.
Mi barómetro para Conocer las garantías de tranquilidad que ofrece un país las busco en el estado de su hacienda pública y, al mismo tiempo, en las bases de su gobierno.
La marcha de todo Estado es muy lenta; si se precipita, sus Consecuencias son funestas.
No nos ensoberbezcamos con las glorias y aprovechemos la ocasión de fijar la suerte del país de un modo sólido y tranquilo.
La religiosidad de mi palabra como caballero y como general ha sido el caudal sobre el que han girado mis especulaciones.
Todo buen ciudadano tiene una obligación de sacrificarse por la libertad de su país.
Mi objeto desde la revolución no ha sido otro que el bien y felicidad de nuestra patria y al mismo tiempo el decoro de su administración.
Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón.
En el último rincón de la tierra en que me halle estaré pronto a sacrificar mi existencia por la libertad.
Al americano libre corresponde trasmitir a sus hijos la gloria de los que contribuyeron a la restauración de sus derechos.
Tiempo ha que no me pertenezco a mí mismo, sino a la causa del continente americano.
Divididos seremos esclavos, unidos estoy seguro que los batiremos: hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares, y concluyamos nuestra obra con honor.
Nuestros desvelos han sido recompensados con los santos fines de ver asegurada la independencia de la América del Sud.
La armonía, que creo tan necesaria para la felicidad de América, me ha hecho guardar la mayor moderación.
Voy a hacer el último esfuerzo en beneficio de la América. Si éste no puede realizarse por la continuación de los desórdenes y anarquía, abandonaré el país, pues mi alma no tiene un temple suficiente para presenciar su ruina.
Para defender la libertad se necesitan ciudadanos, no de café, sino de instrucción y elevación moral.
Estoy convencido que la pasión del mando es, en general, lo que con más imperio domina al hombre.
Hombres que se abandonan a los excesos son indignos de ser libres.
Los hombres distamos de opinión como de fisonomías, y mi conducta, en el tiempo en que fui hombre público, no pudo haber sido satisfactoria a todos.
No es en los hombres donde debe esperarse el término de nuestros males: el mal está en las instituciones y sólo en las instituciones.
Ser feliz es imposible, presenciando los males que afligen a la graciada América.
Los hombres no viven de ilusiones sino de hechos.
Mi nombre es ya bastante célebre para que yo lo manche con infracción de mis promesas.
Las consecuencias más frecuentes de la anarquía son las de producir un tirano.
Ya veo el término a mi vida pública y voy a tratar de entregar esta p da carga a manos seguras, y retirarme a un rincón a vivir como hombre.
Es necesario tener toda la filosofía de un Séneca, o la impudicia un malvado para ser indiferente a la calumnia.
Mi sable jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas.
Tan injusto es prodigar premios como negarlos a quien los merece.
Al hombre honrado no le es permitido ser indiferente al sentimiento de la justicia.
Nada suministra una idea para conocer a los hombres como una revolución.
Fuente: Es legado de San Martín. Comisión Nacional de Homenaje al bicentenario Nacimiento del Gral. D. José de San Martín. Instituto Nacional Sanmartiniano).
Editó Gabriel Pautasso
gabrielsppautasso@yahoo.com.ar
DIARIO PAMPERO Cordubensis
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La propaganda masónico-liberal-laicista, que en revistas y periódicos de las sectas en la Argentina presenta ahora a San Martín como al “Gran Iniciado” de las masonerías nacional e internacional, es una de las tantas felonías y burdas calumnias, a las que están acostumbrados los “enmandilados hermanos tripuntes” y a la que hacen coro los falsarios difamadores del fundador de nuestra nacionalidad, con el premeditado propósito de atraer —a los partidos liberales y laicistas— a los ciudadanos sanmartinianos; despojando al Padre de la Patria de la aureola de auténtica religiosidad que lo muestra a las jóvenes generaciones como el modelo de argentino católico, apostólico, romano y devoto de la Virgen María.
O fue San Martín el mayor hipócrita de nuestros próceres y el más grande farsante de la historia o fue el paradigma de la argentinidad, que se nutre, en su íntima esencia, del catolicismo más leal y ferviente.
La masonería argentina encomendó al político español en el exilio, Augusto Barcia Trelles, grado 33, la tarea de escribir la historia de San Martín para demostrar que el Libertador fue masón e instrumento de la masonería internacional. Barcia Trelles fue Gran Maestre de la masonería y Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo[1].
En los varios volúmenes de su obra el autor afirma categóricamente que se cumplen tales circunstancias en la vida del prócer máximo de la argentinidad; pero, al llegar a las pruebas de sus aseveraciones, se despacha —muy suelto de cuerpo— diciendo que no se han podido encontrar los documentos respectivos —no solamente en la Argentina, Chile, Perú, Inglaterra y España; sino ni siquiera en Francia y Bélgica, donde seguramente estarían— y esto, porque los archivos de las logias han sido destruidos por los nazis durante la ocupación (?). Y concluye así: “Todas las gestiones por nosotros realizadas hasta hoy, han sido estériles e ineficaces”.
El masón Antonio Zúñiga, director de la biblioteca de la masonería argentina, escribía ingenuamente en su libro sobre la logia Lautaro y la independencia argentina: “San Martín quemó en Boulogne Sur Mer toda su documentación masónica para guardar herméticamente el secreto institucional”. ¿Cómo lo supo? El autor no lo dice[2].
Hábil en la doctrina cristiana
Juan de San Martín y Gómez, invocando a la Iglesia Católica Romana, contrae matrimonio con Gregoria Matorras y del Ser, con el objeto de “servir mejor a Dios Nuestro Señor”. Bendice las bodas, en la Catedral de Buenos Aires, el obispo Manuel Antonio de la Torre, y los esposos forman el nuevo hogar el 12 de octubre de 1770, fiesta de la Virgen del Pilar. El padre, ejemplar caballero por su probidad y honradez, fue sepultado en 1796 en la iglesia castrense de Málaga; y la madre, en 1813, en el convento de Santo Domingo de Orense, “después de confesarse y recibir el santo viático y la extremaunción”. Leemos en el testamento de la virtuosísima y santa madre de San Martín: “En el nombre de Dios Todopoderoso y de la Serenísima Reina de los Ángeles, María Santísima, Madre de Dios y Señora Nuestra.., protesto vivir y morir como verdadera fiel, y católica cristiana.., el cuerpo quiero sea amortajado con el hábito de mi padre Santo Domingo...”
“La pureza de las ideas católicas de los padres del Libertador —eran ambos terciarios dominicos y cofrades de Nuestra Señora de la Blanca— nos convencen de su tradición auténticamente cristiana”.
San Martín nace a la vida de la gracia en febrero de 1778, y se alista en la Iglesia Católica en el templo parroquial de Nuestra Señora de los Reyes de Yapeyú.
Fue bautizado por el padre Francisco Pera, a los pocos días de nacer, como lo habían sido sus hermanos, y María Elena, su hermana mayor.
Vivió con sus padres en la antigua casa de los jesuitas y se instruyó en la religión en su cristiano hogar y en la escuela de primeras letras de Buenos Aires.
El historiador chileno Vicuña Mackenna refiere que San Martín solía recordar con especial deleite sus juegos infantiles, en que, junto con sus hermanos, solía decir misa revestido con casulla de papel.
“Doña Gregoria Matorras crió a sus hijos en el santo temor y amor de Dios y les inculcó su fe, virtudes y espíritu de sacrificio”. En los cuatro años que frecuentó las aulas del Colegio Imperial de Madrid —“el mejor de la Península”— donde toda la enseñanza se ajustaba “a la conciencia, religión y fe católica”, honró el lema del Instituto, que era “formar caballeros cristianos”; ostentando, en el uniforme de colegial, la banda roja, terciada sobre el pecho, donde campeaba la imagen de Cristo.
Durante su carrera militar en Europa, “nada sabemos concerniente a sus ideas y prácticas religiosas”; pero, es muy significativo el relato de Doublet, el cual refiere que en el motín de Cádiz de 1808, cuando San Martín era edecán del general Solano —linchado en tal ocasión— buscó asilo en una ermita de la Virgen, y el populacho enfurecido le perdona la vida, por haberse acogido al patrocinio de la Madre de Dios. Un sacerdote pide clemencia a la turba exasperada, y el joven militar se salva milagrosamente. Al resultar herido en la batalla de Bailén contra Napoleón, el 19 de julio de 1808, la hermana de caridad que le prodigó los primeros auxilios le obsequió un rosario. “San Martín —según el testimonio del coronel Manuel de Olazábal— lo usó siempre y se lo vi suspendido del cuello debajo de la casaca a manera de escapulario. El día 15 de mayo de 1820 me presenté a la revista de Rancagua, a pesar de hallarme todavía enfermo a consecuencia de heridas recibidas en combate. El general me recibió y me entregó su rosario para que me diera buena suerte”.
Esta reliquia religiosa de alto valor histórico se halla depositada junto al sable del Héroe de los Andes, desde el 4 de julio de 1972, en la sala histórica del Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín.
El 12 de setiembre de 1812, a los 34 años de edad, San Martín —“hábil en la doctrina cristiana”— contrae nupcias en la Iglesia de la Merced de Buenos Aires con la ejemplar dama porteña María de los Remedios Escalada. Bendijo las bodas el presbítero doctor Luis José Chorroarín; y el 19 del mismo mes, ambos contrayentes comulgaron durante la misa de velaciones. “No era muy común entonces el comulgar en días de bodas”, dice Furlong; pero San Martín, como buen católico oye misa, confiesa y comulga al construir su cristiano hogar.
Su corazón religioso y compasivo
Después del combate de San Lorenzo, encarga al guardián del convento la celebración de varias misas, para rezarse, durante el mes de febrero de 1813, por los caídos en la refriega; y otras, con tedéum, en acción de gracias por la victoria, Coloca cruces sobre las tumbas de los muertos —como lo hará también en Chacabuco— y acepta con satisfacción cristiana y agradece afectuosamente los servicios espirituales, que el presbítero Julián Navarro y los treinta franciscanos prestaron heroicamente a la tropa.
En carta del 5 de febrero de 1813, el padre guardián Pedro García habla del “religioso y compasivo corazón” de San Martín, quien les consigue cuanto piden, apuntando en su declaración al gobierno: “es notoria la decidida adhesión de aquella Comunidad a la sagrada causa de América, de que he sido testigo”. Luego cumplimenta a los frailes en una carta desbordante de afecto hacia los ministros de Dios: “Los beneficios del convento de San Carlos están demasiado grabados en mi corazón para que ni el tiempo ni la distancia puedan borrarlos... Diga Vd. un millón de cosas a esos virtuosos religiosos; asegúreles usted los amo con todo mi corazón; que mi reconocimiento será tan eterno como mi existencia. Besa su mano, José de San Martín. Buenos Aires, 16 de mayo de 1813”.
Y el 26 de julio, Azcuénaga les comunica que la Soberana Asamblea “ha tenido a bien concederles titulo de ciudadanía”.
La Virgen Maria, objeto de su devoción
Desde 1813, San Martín llevó siempre consigo el relicario de la Virgen de Luján, obsequio de su esposa, “que morirá como una santa”; y desde 1823 guardó religiosamente sobre su pecho la preciosa reliquia, según testimonio del nieto del general Olazábal, quien la entregó al museo de la histórica villa.
En 1818, después de la campaña de Chile y antes de libertar al Perú, San Martín se dirige a Buenos Aires y aprovecha el viaje para postrarse ante la Imagen de la Virgen de Luján, dándole gracias y pidiéndole su bendición. Y en 1823, en su último viaje de Mendoza a Buenos Aires, al pasar por Luján, fue nuevamente a los pies de la Virgen para agradecerle el feliz éxito de sus campañas, consolarse de la muerte prematura de su fiel esposa e implorar su auxilio en la adversidad y en el ostracismo, lejos de la Patria que había fundado.
El piadosísimo general Belgrano le escribe desde Loreto (provincia de Santiago del Estero), ofreciéndole en su enfermedad la amistad y los cuidados pastorales del cura de Santiago, presbítero doctor Pedro Francisco Uriarte, que lo saludará y lo atenderá en su nombre, durante su permanencia en la ciudad.
Luego, el 6 de abril de 1814, le dice: “Mi amigo: La guerra no sólo la ha de hacer Vd. con las armas sino con la opinión, afianzándose siempre en las virtudes naturales, cristianas y religiosas... El ejército se compone de hombres educados en la religión católica que profesamos... Añadiré únicamente que no deje de implorar a Nuestra Señora de las Mercedes, nombrándola siempre nuestra Generala, y no olvide los escapularios a la tropa... Acuérdese Vd. que es un general cristiano, apostólico, romano; cele Vd. de que en nada, ni aún en las conversaciones más triviales, se falte el respeto a cuanto diga a nuestra Santa Religión...”
El 8 de mayo de 1814 se hacen públicas rogativas en Córdoba por la salud de San Martín, que vivió retirado en la hacienda de Pérez Bulnes en Saldán, desde mayo hasta agosto de ese año. Allí existía un oratorio público dedicado a Nuestra Señora del Carmen y era el lugar de reunión de los vecinos, los cuales escuchaban la misa dominical con el ilustre enfermo. El 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen, en ese preciso lugar, pactaron “amistad y alianza eternas”, los dos íntimos amigos: San Martín y Pueyrredón.
Por mucho tiempo llevó San Martín entre sus maletas y útiles, durante sus campañas, un cuadro de la Virgen del Carmen, de 38 cm. por 31 cm. pintado al óleo sobre tela, que luego obsequió a su fiel amigo el general Las Heras. Esta imagen se halla hoy en Córdoba, en el museo particular del ingeniero Castellano.
Existe también en el museo sanmartiniano de Mendoza una estatua de la Virgen del Carmen, que el general veneraba en su dormitorio.
Participación activa en los actos del culto católico. Medidas de gobierno
Durante los años 1815 y 1816 en el campamento del Ejército Libertador “se decía misa los domingos y días de fiesta y se observaba el descanso dominical. En el centro de la plaza se armaba una gran tienda de campaña, allí se colocaba el altar portátil y decía misa el capellán castrense o alguno de los capellanes... Los cuerpos formaban frente al altar. . . presidiendo el acto el general, acompañado del resto del estado mayor. Concluida la misa, el capellán dirigía a la tropa una plática de treinta minutos”. Diariamente “se rezaba el rosario por compañías, así lo hacía también el devoto general Belgrano en sus triunfos de Tucumán y Salta- y en Vilcapugio y Ayohuma durante la retirada; pues “aún flamea en nuestras manos la bandera de la Patria”, decía a sus soldados, y en medio de la derrota “hay un Dios que nos protege”.
“En todos los aniversarios patrios, en todas las grandes efemérides eclesiásticas, antes y después de cada acción de guerra, el Ejército de los Andes, con San Martín al frente”, participaba activamente en los solemnes cultos religiosos que se oficiaban.
Al predicarse en Mendoza una misión decretó, con fecha 31 de mayo de 1815, que todas las tiendas y pulperías permanecieran cerradas - desde el atardecer (hora de la oración); a fin de que la población pudiera asistir cómodamente a los sermones y prácticas piadosas.
En la Semana Santa de ese año, puso en la orden del día del jueves, que “todos los jefes y oficiales debían concurrir a la casa de San Martín para andar las estaciones”, o sea, visitar los Monumentos.
Aún se conserva la imagen de la Virgen que se veneraba en el oratorio de la casa de la familia Segura, cerca de El Plumerillo. “Allí realizó sus consoladores ejercicios religiosos y oyó sus misas dominicales (antes de la instalación de los cuarteles) el Libertador de Chile y el Perú, general don José de San Martín; y en recuerdo de aquellos días de fervorosa actividad, obsequió a la capilla un Cristo, adquirido en la capital peruana”. Por la tarde, solo o acompañado de O’Higgins, recorría los cuarteles y, al pasar delante de la capilla, muchas veces se apeaba del caballo y entraba en la humilde iglesita para adorar a Jesús Sacramentado.
El 3 de noviembre de 1815 manifiesta al secretario de Guerra —“con el convencimiento de un creyente sincero”— la necesidad de proveer de un vicario castrense al ejército, a fin de que estuviera mejor atendido “en sus ocurrencias espirituales y religiosas”; y propone al presbítero doctor José Güiraldes. Interesóse porque la tropa tuviera comodidad de frecuentar los Santos Sacramentos, y escaseando los sacerdotes capellanes, pide a Luzuriaga, el 28 de octubre de 1816, que no sólo se atienda a esa necesidad, sino también a la capellanía del hospital, con los confesores religiosos de la ciudad, “de suerte que en la casa nunca falte un capellán confesor, que asista a toda hora a las urgencias espirituales de los enfermos”.
Relevado del gobierno de Cuyo, en setiembre de 1816, redacta el “Código de Deberes Militares y Penas para sus infractores”; y siguiendo el ejemplo de Belgrano, suprime del Código Militar Español lo referente al duelo, como contrario a los principios católicos; a pesar de la resistencia de algunos oficiales. Dice Hudson que “San Martín expidió una orden del día prohibiendo el duelo bajo severas penas y no volvieron a aparecer en el Ejército de los Andes esos tan punibles hechos”. El primer artículo del Código Militar de San Martín reza así: “Todo el que blasfemare el Santo Nombre de Dios o de su adorable Madre e insultare la Religión, por primera vez sufrirá cuatro horas de mordaza atado a un palo en público por el término de ocho días; y por segunda vez, será atravesada su lengua con un hierro ardiente y arrojado del Cuerpo”. Para el Gran Capitán el respeto a la Religión y el culto de Dios y de la Santísima Virgen tuvieron siempre un lugar de preferencia.
“Las penas aquí establecidas —dice el último artículo del Código— serán aplicadas irremisiblemente. Sea honrado el que no quiera sufrirlas. La Patria no es abrigadora de crímenes. Cuartel General en Mendoza, setiembre de 1816. (Fdo.) José de San Martín”.
Fervorosa adhesión a la jerarquía eclesiástica
Los sacerdotes y religiosos apoyaron a San Martín en su obra de gobierno y en la preparación de la magna empresa, porque lo conocían católico sincero y padre de la Patria. En el Cabildo Abierto del 15 de febrero de 1815, el cura de Mendoza, Domingo García, y los superiores de las comunidades religiosas, deciden el voto de resistencia al decreto de Alvear que retiraba a San Martín del gobierno de Cuyo. A este voto se adhieren los curas y frailes puntanos y sanjuaninos. Los priores, guardianes y presidentes de los dominicos, agustinos, franciscanos, mercedarios y betlemitas: Rocco y Salinas, del Castillo, Sayós, Vera, Flores Hurtado, Alvarado, Ortega, Maure, Olmos, Moreira, Rodríguez, Guiñazú, Romero, Centeno, etc..., cederán, para cuarteles, sus conventos en San Juan y Mendoza, sus rentas, sus esclavos, sus campos de pastoreo y sus campanas para proveer al Ejército de los Andes. Los curas y frailes puntanos, sanjuaninos, mendocinos y chilenos como fray Luis Beltrán, fray Justo Santa María de Oro, Morales, Lamas, Coria, Inalicán, Sarmiento, San Alberto, etc., serán los eficaces auxiliares del Gran Capitán en la obra patriótica que tiene entre manos y mientras dure la campaña libertadora. En Cádiz trabó amistad con varios sacerdotes logistas, como Fretes, Anchoris y Arizpe, que lo decide a ingresar en la Logia y abandonar las filas del ejército español; en Perú, con los presbíteros Requena, Arce, Paredes, Echagüe, Tramania; y en Buenos Aires, con los diputados de la Asamblea del año XIII y los “hermanos” de la Logia Lautaro: presbíteros Chorroarín, Sáenz, Grela, Gómez, Gallo, Pedro y Mateo Vidal, Argerich, Sarmiento, Perdriel, Amenábar, Fonseca, Cayetano Rodríguez, Pacheco de Melo, Thams, Díez de Rámila, Larrañaga, Salcedo, Toro, Medina, Rivarola, etcétera.
Los nombres y las patrióticas benemerencias de más de un centenar de estos sacerdotes, amigos íntimos de San Martín, se hallan consignados en el artículo publicado en el diario “El Pueblo” de Buenos Aires de los días 13 y 20 de agosto de 1950 con el título de “Sotanas y Sayales Sanmartinianos”, y en el libro “Filón de Patria” de la editorial Santa Catalina.
“Es indudable que siempre contó entre sus mejores amigos a los eclesiásticos y miembros de las órdenes religiosas”.
San Martín quiso tener siempre a su lado al capellán ecónomo y secretario privado, doctor fray Juan Antonio Bauzá, que vivía con él; llevaba cuenta minuciosa de sus gastos y era su confidente y buen samaritano en sus frecuentes enfermedades. Su correspondencia epistolar con el Héroe de los Andes, posterior a su campaña libertadora, nos revela a San Martín “como un excelente católico”. En las “Cuentas y Gastos” del Gran Capitán apunta el estipendio con que el “piadoso y cristiano general” gratificó al padre Sayós por el sermón que le mandó predicar en acción de gracias por el triunfo de Chacabuco; lo abonado por la invitación a la fiesta de Nuestra Señora del Carmen y el costo del cuadro del apóstol San Matías; y la limosna a la abadesa de las monjas capuchinas, las cuales después de Maipú, dedicaron una inspirada poesía a San Martín, elogiando su brillante actuación y su acendrada fe religiosa.
Al regresar enfermo a Chile, a fines de 1822, nadie podía entrar en su habitación “sino el Director Supremo y el padre Bauzá, que se quedaba todo el día” junto a su lecho.
Mientras permaneció en San Juan, durante los meses de julio y septiembre de 1815 y octubre de 1818, prefería alojarse en el Convento de Santo Domingo, tratar, en la tranquilidad del claustro, los asuntos del Estado, recibiendo allí a los funcionarios y al pueblo; y sentarse a la frugal mesa de los religiosos, departiendo amigablemente con ellos y con su diputado, fray Justo Santa María de Oro, en la “celda de San Martín” que se conserva todavía como reliquia nacional.
Al ser nombrado gobernador de Cuyo, envía su primera carta al cura vicario de Mendoza, presbítero Domingo García y Lemos, reconociendo en el prelado patriota a la autoridad espiritual de su provincia: “...mi marcha (a ésa) —le dice— será mañana, para que no se retarden los deseos que me acompañan de dedicarme al servicio de la Patria y de vuestra merced a quien me ofrezco cordialmente... Córdoba, 25 de agosto de 1814”.
San Martín, obsequioso con la Santa Sede, presentará personalmente, “haciendo exhibición de mucha cortesía”, su filial homenaje a monseñor Juan Muzi, los días 6 y 7 de enero de 1824, durante la semana que el delegado apostólico de Pío VII y León XII permaneció en Buenos Aires; y se unirá al regocijo del auténtico pueblo argentino, a pesar de la indiferencia y sistemática oposición del gobernador y su ministro, en época de las reformas rivadavianas. La crónica del presbítero Sallusti, secretario de la legación, a quien acompañaba el canónigo Juan Mastai Ferretti —más tarde Pío IX—, dice: “El célebre general San Martín, que había conquistado todas aquellas provincias, Chile y gran parte del Perú, del dominio de España, depuesta la grandeza de su gloria, dos veces se presentó a Monseñor en traje privado, para saludarlo y felicitarlo por su llegada”. El día 9 de enero monseñor Muzi le devolverá la visita.
A estos rasgos de buen católico, respetuoso de la jerarquía eclesiástica, añadiremos sus delicadezas con los jerarcas de la Iglesia peruana.
En Ancón recibe al obispo de Trujillo, monseñor doctor Juan Carrión “con todo el respeto debido a su alta posición y a sus venerables canas: dejándole en libertad para que se marchara a Lima”.
En 1822 dirige una carta al obispo de Cuzco, monseñor doctor Calixto Orihuela, que termina así: “...Crea Vuestra Señoría Ilustrísima que desearé ocasiones en poderle acreditar mi veneración, respetos y deseos de complacerlo. Nuestro Señor guarde a V. S. Ilma. muchos años. Besa la mano de V. S. Ilma. su más afectísimo servidor, José de San Martín”.
Igual comportamiento tendrá con el arzobispo de Lima, monseñor Bartolomé de Las Heras, quien afirma que el general victorioso, “dejándose llevar de su bondad y religiosidad”, había convenido con él, que acordaría en su dictamen en los asuntos eclesiásticos concernientes a Religión, a fin de no disponer cosa alguna que contrariase los cánones de la Iglesia. El 6 de julio de 1821 le escribía desde El Callao: “La noticia que he recibido de que V. E. Ilma. permanece en esa capital, sin embargo de haberla evacuado las tropas españolas; ha consolado a mi corazón con la idea de que su respetable persona será un escudo santo contra las tentativas de la licencia... Me congratulo que V. E. Ilma. haya tenido lugar de observar la especial protección que he tributado a Nuestra Santa Religión, a los templos y a sus ministros... Monseñor Las Heras agradece a San Martín su carta en estos términos: “Los sentimientos de religión y humanidad que respira el oficio que acabo de recibir de V. E., ha desahogado sobremanera a mi espíritu...” El ministro de San Martín, García del Río, escribía al arzobispo, refiriéndose al Protector del Perú: “Además debo manifestar a Su Señoría los sentimientos religiosos que abriga su pecho, y que no desmentirá jamás…”
Y San Martín imparte órdenes para que se facilite la salida del octogenario prelado, “evitando toda incomodidad”; y el arzobispo al agradecerle escribe: “Le doy gracias por la consideración que ha manifestado hacia mi persona... He sentido no poder dar a Ud. un abrazo (al despedirme)... Quiero pedir a Ud. un favor en señal de nuestra recíproca amistad, y es que acepte una carroza, un coche, un dosel de terciopelo y dos sillas, que pueden servirle para los días de etiqueta, y una imagen de la Virgen de Belén.,.. Créame, amigo, que lo encomiendo a Dios diariamente”.
Preocupación por la educación católica en las escuelas
La educación de Cuyo tuvo en el colegio de la Santísima Trinidad, fundado por San Martín, el más alto exponente de la cultura de la zona andina. Donado el colegio por el presbítero Cabral y regenteado por los presbíteros Güiraldes y Videla, fue puesta bajo la especial tutela de San Luis Gonzaga.
San Martín estableció que se enseñaran, además de las ciencias profanas, “los deberes del católico”, como fundamento de toda cultura; y ordenó edificar la anexa capilla para las prácticas religiosas. Con idénticos fines y bajo los auspicios del general, dirigían escuelas, en Mendoza y San Juan, sus amigos y colaboradores, presbíteros Morales, Lamas y Gómez. El historiador Hudson, alumno de estas escuelas, afirma: “Leer, escribir y contar, saber las obligaciones del católico y guardarlas estrictamente; he aquí la instrucción dada a la juventud de entonces” bajo el gobierno del general San Martín.
El vicario castrense, presbítero doctor José Güiraldes, bautiza a la hija del general, el 31 de agosto de 1816, a los siete días de nacer; y el Gran Capitán pone a su “infanta mendocina”, bajo la augusta protección de la Virgen de las Mercedes. Más tarde la educará en un colegio de religiosas, donde la visitará semanalmente. En 1853, cuando Mercedes de San Martín, visita con su esposo, Mariano Balcarce, al papa Pío IX, en audiencia privada, el Padre Santo tendrá recuerdos elogiosos para el Héroe de los Andes, y Balcarce escribirá luego a Félix Frías, el 10 de febrero de ese año: “Hemos quedado encantados con la bondad, dignidad y angelical dulzura del Padre Santo, de cuya benéfica acogida conservaremos un recuerdo indeleble mientras vivamos”
En la noche de Navidad de 1816, San Martín manifestó su deseo de que la bandera, que habría de llevar la libertad a Chile, fuera “del color del cielo”, y era su voluntad que el día de Reyes el Ejército tuviera bandera, como regalo de su general. En sus pliegues fue bordado el escudo nacional “con sedas de colores e hilos de oro, que se sacaron de una casulla de los franciscanos”; y al concluir su labor, las damas, presididas por la esposa de San Martín, amanecen arrodilladas ante el crucifijo del oratorio de la casa del General, dando gracias a Dios por haberlas ayudado a terminar la bandera y orando por el triunfo de las armas de la patria.
La Virgen del Carmen, Generala de su Ejército
San Martín, el 5 de enero de 1817, después de haber elegido en junta de oficiales a la Virgen del Carmen como Patrona del Ejército de los Andes, se dispone a solemnizar con emotivas ceremonias religiosas el magno acontecimiento.
La procesión, presidida por los prelados, San Martín y el teniente gobernador, llega de San Francisco a la Matriz, donde se halla la nueva bandera depositada sobre la bandeja de plata. Antes de la misa, San Martín se levanta de su sitial, sube al presbiterio, toma la bandera y la presenta al sacerdote, quien la bendice juntamente con el bastón del General. Al Evangelio, el canónigo Güiraldes pronuncia el panegírico de circunstancias. Terminada la misa, se entona el tedéum, se reanuda la procesión y llegan, al altar del tablado, la bandera .y la imagen de la Virgen. Entonces San Martín coloca su bastón de mando en la mano derecha de la Madre de Dios, poniendo bajo su amparo la dirección del Ejército y el éxito de la campaña libertadora.
Dice Capdevila: “Tal ceremonia es un acto religioso típico, que define a San Martín como a un perfecto católico, apostólico, romano, creyente como el que más en la Madre Purísima”.
El 25 de mayo de 1815, ordena como gobernador de Cuyo celebrar con solemne “función de Iglesia” el aniversario de la Revolución; y el 8 de agosto de 1816, jura con su estado mayor, “por Dios y por la Patria”, la Independencia Nacional. Antes de -emprender el cruce de la Cordillera, el Héroe de los Andes oye misa y comulga con todo el Ejército, al que le impone el escapulario de la Virgen del Carmen; como hizo personalmente Belgrano con los cuatro mil escapularios que le enviaran las monjas de Buenos Aires, colocándoselos a sus soldados en Tucumán, después del triunfo obtenido en el día de la Virgen de las Mercedes. Y San Martín en unidad de pensamiento con su íntimo amigo el general O’Higgins —que juró proclamar a la Virgen del Carmen como Patrona y Generala de los ejércitos de Chile, si lograban las armas patriotas el triunfo de la libertad; y que después de Cancha Rayada, de rodillas ante el altar de la Reina y Madre del Carmelo, formuló el voto de levantar un templo en el campo de la victoria—, prestó su profunda adhesión a todas las ceremonias que en ese año de 1818 se realizaron en Maipú, celebrando el triunfo con imponentes actos religiosos.
Ya el 16 de julio de 1817, festividad de la Virgen del Carmen, se había hecho la solemne entrega de la medalla de honor a los vencedores en Chacabuco, seguida de una gran procesión, en que participaron las tropas libertadoras; el 21 de abril de 1818 se oficia, por la victoria de Maipú, una solemne misa en la catedral de Santiago de Chile, a la que asistieron. San Martín y O’Higgins, con panegírico del presbítero doctor Julián Navarro.
Junto a su dormitorio se ofrecía diariamente la Santa Misa
En el palacio residencial de San Martín, en Santiago de Chile, junto a la habitación destinada a su inseparable capellán, había una capilla, en la cual campeaba la imagen de la Virgen del Carmen; y además, todos los ornamentos y utensilios litúrgicos para la celebración del Santo Sacrificio. Poseía también, en su casa particular, un retablo de la Virgen de los Dolores, el altar portátil y dos artísticos crucifijos.
El 12 de febrero de 1818, San Martín proclamó solemnemente la independencia de la “nueva patria” de Chile en el primer aniversario de Chacabuco, “a nombre de los pueblos y en presencia del Altísimo”; La ceremonia se realiza frente a la catedral. Monseñor José Cienfuegos, vicario del obispo de Santiago, recibe el juramento de San Martín “por Dios y por la Patria”, poniendo su mano sobre los Santos Evangelios; y todo el pueblo responde arrodillado: “¡Sí, juramos!” Al día siguiente, en la catedral, asiste el General al tedéum en acción de gracias por la reconquista de Chile; y el 14, a la solemne misa cantada, en que pronunció la oración patriótica el capellán castrense Julián Navarro.
Su cristiano reconocimiento por la visible protección de la Virgen
El 1º de octubre de 1815, San Martín anticipa la victoria a los pueblos de su mando, manifestándolos en su proclama: “...Yo me atrevo a predecirla, contando con vuestro auxilio, bajo la protección del Cielo...”
El 30 de diciembre de 1818, desde Santiago de Chile, aseguraba a los habitantes del Perú, “del modo más solemne”, que la preocupación y los sentimientos de los nuevos gobiernos de América, propendían al “respeto de las personas, de la propiedad y de la Santa Religión Católica; y les anunciaba que las armas patriotas “habían obtenido señaladamente la protección del Eterno”.
El 19 de agosto de 1820, antes de zarpar de Valparaíso, saluda así a los cuyanos: “...hago voto al Cielo por vuestra felicidad...”; y dirigiéndose a los soldados del Ejército Unido les dice: “Fiado en la justicia de nuestra causa y en la protección del Ser Supremo, os prometo la victoria”.
Al despedirse de sus soldados, en 1822, les dijo: “...ocho años os he mandado y al fin vuestras virtudes y constancia, bajo los auspicios del Cielo, han producido la independencia de la América del Sud”; y al despedirse de los peruanos: “¡Que Dios os haga felices en todas vuestras empresas y que El os eleve al más alto grado de paz y prosperidad!”
El 12 de agosto de 1818, después de sus victorias, San Martín acredita su sincera devoción a la Madre de Dios y su fervor cristiano, al donar al convento de los franciscanos de Mendoza su bastón de General: “La decidida protección que ha prestado al Ejército de los Andes su Patrona y Generala, Nuestra Madre y Señora del Carmen, son demasiado visibles. Un cristiano reconocimiento me estimula a presentar a dicha Señora, que se venera en el convento que rige V. P., el adjunto bastón, como propiedad suya y como distintivo del mando supremo que tiene sobre dicho Ejército”.
Más tarde envió también la bandera de los Andes, para que fuera custodiada en el camarín de la Virgen del Carmen, la generala victoriosa de las armas de la patria. Y en carta al gobernador de Mendoza, escrita en Lima en 1821, le recuerda que las banderas tomadas a los realistas, deben depositarse en dicho templo.
El 26 de enero de 1816 escribía a Godoy Cruz; congresal de Tucumán, insistiendo en la necesidad de declarar prontamente la independencia; en cambio, con respecto a la forma de gobierno, sólo le preocupa que el sistema adoptado no manifieste “tendencia a destruir Nuestra Religión”.
El 24 de enero de 1817, escribe su última comunicación al Director Pueyrredón; pues, la expedición ya ha comenzado su marcha a través de la Cordillera; y le anuncia: “Esta tarde salgo a alcanzar las divisiones del Ejército. Dios me dé acierto para salir bien de tamaña empresa... Dios mediante, para el 6 de febrero estaremos en el valle del Aconcagua”.
Y Pueyrredón le contestaba el 1º de febrero de 1817: “Ojalá sea Vd. oído por Nuestra Madre y Señora de las Mercedes”.
Desde Ancón, en 1820, le escribía a O’Higgins diciéndole: “...Nuestros sucesos no pueden ser más prósperos. Dios nos ayuda, porque la causa de América es suya; ésta es mi confianza”. Todo lo calculaba el General, puesta su fe en Dios y en su Madre Santísima.
El día 8 de septiembre de 1820, fiesta de la Natividad de la Virgen María —“el primer día de la libertad”—, desembarca en las playas del Perú, y el patriota Hipólito Unanúe le escribe desde Lima: “...Todo esto anuncia un próspero fin, que completará la protección de la Celestial Patrona, en cuyo día puso el pie en estas costas el Ejército Libertador”.
Las cartas sanmartinianas, fiel reflejo de su alma cristiana
En las cartas del Libertador, ya oficiales como privadas, San Martín menudea frases que manifiestan su religiosidad y traslucen su espíritu sinceramente cristiano y piadoso. “Gracias a Dios, me encuentro bien... Dios guarde a Vd. muchos años... Con el favor del Cielo... Si Dios nos echa su bendición... Quiera el Cielo guiamos... Dios ponga un término a esta guerra, cuyos resultados no serán otros que agravar los males. ...Dios le inspire acierto. ...Dios lo mantenga en tan buenos propósitos... Dios lo deje llegar con bien... Dios le conserve la salud... Dios ponga tiempo en nuestras manos... Juro ante Dios y América... Dios haga, sea el iris de la unión y tranquilidad... Quiera Dios que al recibo de esta comunicación... Dios conserve la armonía... ¡Gran Dios! Echad una mirada de misericordia sobre las Provincias Unidas... Dios ha escuchado mis votos...” etc.: son todas expresiones cristianas, que se suman a las ya transcriptas; y a las que podemos añadir las de las cartas siguientes:
A Miguel de la Barra le decía en 1842: “...gracias sean dadas a Dios, (pues) mi salud quebrantada ha podido soportar estas desgracias”.
Al cuidador de su chacra mendocina, le escribe el 2 de febrero de 1821, desde su cuartel general de Huaura, una carta que refleja elocuentemente la bondad de su cristiano corazón: “... Auxilie Vd. a los pobres con granos y herramientas... no se dé cuidado que, Dios mediante, en concluyendo la campaña (la chacra de) los Barriales tiene que ser el paraíso y el auxilio de todos los infelices; no hay que desmayar, que todo Dios lo tiene que componer... Dios mediante, muy en breve estaremos en Lima”.
En 1836, escribe al general Pedro Molina y le dice: “...como sólo Dios es el que dispone las cosas de esta vida… he reaccionado de los males que me habían llevado al borde del sepulcro”.
En 1822, afirmaba en su carta a Bolívar: “Dios, los hombres y la historia juzgarán mis actos públicos… esperemos serenos los designios de Dios…”
Y el 30 de septiembre de 1823, al contestar la carta de su íntimo amigo Vicente Chilavert, en la cual se advertía que por su situación más descansada, dispondría también de más tiempo para leer su correspondencia, le decía: “. . .el tiempo, sin embargo, no lo tengo muy sobrante; pues él es dedicado a prepararme a bien morir… como un cristiano que por su edad y achaques ya no puede pecar, y a tributar al que dispone de la suerte de los guerreros y profundos políticos, las más humildes gracias por haberme separado de unos y de otros.”
O’Higgins, en 1836 y 1837, escribía al ilustre proscripto: “¡Qué altos son los juicios del Eterno! ¡Qué admirables sus providencias...! No cesemos, mi querido compañero, de rendir millones de gracias a la Majestad Divina, protectora de la inocencia; porque si nos ha dado y nos manda tribulaciones, nos conserva la vida y salud... evidentemente para que adoremos su providencia y agradezcamos la merced que nos ha concedido...”
A su secretario e intimo amigo, general Tomás Guido, le comunica el 2 de agosto de 1818: “... para mediados de este mes pasaré la cordillera y espero en Dios que todo se hará felizmente. Diga Vd. al padre Bauzá apronte mi casa para breves días”. El 5 de febrero de 1830 le decía al terminar su carta: “Que Dios lo libre de vivir y morir en pecado mortal, son los votos de su viejo amigo.- José de San Martín”. Y el 3 de octubre de 1816: “Cuénteme lo que haya de Europa y dedique para su amigo media hora cada correo, que Dios y Nuestra Madre y Señora de Mercedes se lo recompensarán”.
“Esta sola expresión —dice Furlong— bastaría para declarar que no sólo era San Martín un hombre católico, sino también un católico piadoso” e hijo amante de la Reina de los Cielos.
El gobernante católico
El 8 de octubre de 1821 promulga en Lima el Estatuto Provisional “dado por el Protector de la Libertad del Perú”, como anticipo de la constitución definitiva. “Mi pensamiento ha sido —afirma— dejar puestas las bases sobre que deben edificar los que sean llamados al sublime destino de hacer felices a los pueblos... Luego iré a buscar en la vida privada mi última felicidad y consagraré el resto de mis días a contemplar la beneficencia del Gran Hacedor del Universo y renovar mis votos por la continuación de su propicio influjo sobre la suerte de las generaciones venideras”. De los 43 artículos citamos el 1º y 3º: “La Religión Católica, Apostólica, Romana, es la Religión del Estado: el gobierno reconoce como uno de sus primeros deberes el mantenerla y conservarla por todos los medios que estén al alcance de la prudencia humana. Cualquiera que ataque en público o privadamente sus dogmas o principios será castigado con severidad... Nadie podrá ser funcionario público si no profesa la Religión del Estado”.
Y el juramento del Protector del Perú lo redactó así: “Juro a Dios y a la Patria y empeño mi honor, que cumpliré fielmente el Estatuto Provisional dado por mí para el mejor régimen, etcétera”.
Después de haber consultado al arzobispo, monseñor Bartolomé de Las Heras, y a los prelados peruanos para compulsar la voluntad general y haber levantado acta de la decisión unánime por la libertad, declaró solemnemente a la faz del mundo, el 28 de julio de 1821: “El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad de los pueblos y por la justicia de su causa, que Dios defiende”. Al día siguiente se realiza la ceremonia en la catedral de Lima, con misa cantada y solemne Tedeum en acción de gracias con la asistencia de San Martín y las altas autoridades civiles, eclesiásticas y militares.
Y como un cristiano homenaje a Santa Rosa de Lima, Patrona de la Independencia Argentina, el Fundador de la Libertad del Perú crea la Orden del Sol, colocándola bajo la especial protección de la virgen americana.
El 19 de enero de 1822, al delegar el mando, emana un decreto que establece en el artículo 4º: “El Supremo Delegado saldrá con la comitiva a la Iglesia Catedral, donde se cantará un Tedeum...”
El 20 de septiembre de 1822, al recibir en el sagrado recinto de la Catedral, el juramento de los ministros y diputados: —“Juráis la Santa Religión Católica, Apostólica, Romana, como propia del Estado”—, añadió San Martín: “Si cumpliereis lo que habéis jurado, Dios os premie y si no, El y la Patria os demanden”
Acto seguido, el deán entonó el Tedeum de acción de gracias por la instalación del Primer Gobierno Patrio.
Y ante el congreso de Lima, el Protector del Perú, en la sesión de apertura, desciende del alto sitial de gobierno de los pueblos libres, pronunciando estas hermosas palabras: “Al deponer esta investidura, no hago sino cumplir con mi deber y con los votos de mi corazón… Pido al Ser Supremo el acierto, luces y tino, necesarios a los representantes del pueblo, para hacer su felicidad... Que el Cielo presida vuestros destinos y que éstos os colmen de felicidad y paz.”
San Martín cumple sus deberes de fiel cristiano
Dice Francisco Gómez, hermano del general Andrés y del coronel Leandro, héroe de Paysandú, que “San Martín era muy religioso. Lo vi varias veces en la (Iglesia) Matriz (de Montevideo en los meses de febrero, marzo y abril de 1829); sobre todo en las misas de los domingos, adonde concurríamos infaliblemente. En la capilla del Reducto —fundada por el general Rondeau, durante el sitio de Montevideo— asistió el General (San Martín) a una misa celebrada en esa capilla, en compañía del coronel Eugenio Garzón, quien tenía su cuartel a pocos pasos de la capilla”. Igualmente, durante esos meses, visitó la capilla de la Aguada, para cumplir con sus deberes religiosos.
Los funerales del Héroe
El testamento ológrafo de San Martín, escrito en 1844, bajo la impresión de una muerte inminente, es en realidad —como dice Furlong— una simple minuta del verdadero testamento que aún se desconoce; y lo inicia como reza el símbolo de la fe cristiana: “En el nombre de Dios Todopoderoso…”
Vicuña Mackenna refiere que “esa pieza de cincuenta y dos renglones, escrita en una cuartilla de papel, no es un testamento, es un simple boletín como el de Maipo, redactado sobre la almohada, como redactó aquél en el arzón de la silla (de su cabalgadura)”.
“En frases sencillas ordenó sus disposiciones —dice el doctor Villegas Basavilbaso— sin jactancia, humildemente, con fervor cristiano. Inició su testamento “En el nombre de Dios Todopoderoso, a quien reconozco como Hacedor del Universo”, porque creía en Dios, a quien invocó tantas veces en víspera de la gloria”.
La prohibición de los funerales obedece al espíritu sanmartiniano, en oposición a todo lo aparatoso, y nada más. Por eso deudos y amigos cumplieron fielmente con las disposiciones testamentarias; ofreciendo, no obstante, misas y sufragios, que han sido, seguramente, del agrado del cristiano y austero militar.
“Fiel siempre a sus hábitos modestos —escribió Félix Frías— había manifestado su voluntad de que su entierro se hiciera sin pompa ni ostentación alguna y así se ha hecho”.
Por las cartas transcriptas, nos revela San Martín, que desde 1823, se venía preparando a bien morir; de modo que su deceso repentino, no fue imprevisto para él. En el ostracismo tuvo a su lado, en Gran Bourg, al presbítero Bertin, y en Boulogne Sur Mer, el párroco monseñor Benoit Haffreingue, “prelado ilustrado y piadoso”, quien lo asistió espiritualmente en los últimos días de su vida “como un verdadero ministro del Evangelio”; y ofreció luego a su hija la cripta de la Catedral, para que reposaran los restos del Libertador.
Francisco Rosales, encargado de negocios de Chile, que cerró sus ojos “después del repentino ataque, que casi sin agonía puso fin a sus días”, comunicó al gobierno el deceso diciendo: “acabó sus días con la calma del justo”; y Félix Frías, testigo presencial, informa: “Un crucifijo estaba colocado sobre su pecho. Otro en una mesa, entre dos velas, que ardían al lado del lecho del muerto... (Su hija y sus dos nietecitas rogaban por él)... Dos Hermanas de Caridad rezaban por el descanso del alma que abrigó aquel cadáver... El carro fúnebre se detuvo en la iglesia de San Nicolás. Allí rezaron algunos sacerdotes las oraciones en favor del alma del difunto... Después de esa ceremonia el convoy fúnebre continuó hasta la Catedral”. Allí permanecieron los restos de San Martín hasta el 21 de noviembre de 1861, en que, celebrándose solemnes exequias, fueron trasladados a Brunoy. Más tarde, con toda la pompa de la liturgia católica, se celebraron funerales en la Catedral de El Havre, el 21 de abril de 1880, y en las catedrales de Montevideo y Buenos Aires, a fines de mayo; como ya se habla realizado en 1850 y 1851, en Chile, en Entre Ríos por orden de Urquiza, y en Perú por decreto del presidente Ramón Castilla.
Hijo sincero de la Iglesia Católica
“No existe ningún documento para probar que San Martín haya sido masón”. (Ricardo Rojas en “El Santo de la Espada”, Buenos Aires, 1942, p. 70).
“San Martín era mi caballero en su proceder, en sus acciones y conducta, cuya bondad de corazón era tan manifiesta como sus grandes habilidades, y a quien era imposible conocer íntimamente sin amarle”. (General Miller en 1853).
“Fue un ejemplo sorprendente de consecuencia, lealtad, patriotismo, fidelidad, desinterés, austeridad y nobleza de alma. Se necesita estar cegado por la pasión de secta para pasar por alto todo el cúmulo de pruebas documentadas que acreditan el catolicismo del Libertador, y obstinarse en llamarlo masón, o católico despreocupado de la doctrina” (Armando Tonelli en “El General San Martín y la Masonería”, p. 138).
“Es sobre todo venerable a mis ojos porque a sus hechos heroicos mereció asociar el título de grande hombre de bien”. (Félix Frías).
“Murió sin quejas cobardes en los labios y sin odios amargos en el corazón”, (Mitre).
“Treinta años de calumnias innobles no alcanzaron a hacer subir su palabra de defensa desde su corazón hasta sus labios. La ingratitud no le arrancó una queja”. (Avellaneda).
“(Los peruanos) declaramos ante el universo que San Martín es el más grande de los héroes, el más virtuoso de los hombres públicos, el más desinteresado patriota, el más humilde en su grandeza; que San Martín a nadie injurió; que sufrió con cristiana resignación los más inmerecidos ataques; aunque retirado en su humilde vida privada, de su boca no salieron revelaciones que hubieran mancillado la honra ajena; de su pluma no se deslizó el corrosivo veneno de la difamación...” (Paz Soldán, 1868).
“Al privarnos la Divina Providencia de un padre tierno y virtuoso, parece que hubiese querido suavizar su dolor, haciendo que sus últimos momentos fueran sin sufrimiento alguno visible y con la serenidad que inspira una conciencia sin tacha”. (Balcarce, 14 de septiembre de 1850, al general Ramón Castilla, presidente del Perú).
“Esta casa estaba santificada a nuestros ojos”, dirá el doctor Gerardi, dueño de la casa en que murió San Martín.
“San Martín fue profundamente cristiano”. (Enrique Tovar en “La Crónica” de Lima).
“...Comandante en Jefe del Ejército de los Andes, rezaba al toque de oración de cada día, y semanalmente escuchaba misa y rezaba el rosario”. (Coronel Bartolomé Descalzo, presidente del Instituto Sanmartiniano).
“Creía en Dios, en la Santísima Virgen, en la ilicitud de la blasfemia, en el Pontificado Romano, en los Sacramentos, y quiso morir como buen cristiano. Era un hijo sincero de la Iglesia Católica. Nadie podrá presentar documentos donde se pruebe lo contrario”. (Trenti Rocamora).
“Era un católico no sólo práctico, sino además ferviente y apostólico”. (Guillermo Furlong, miembro de la Academia Nacional de la Historia).
“Los audaces y atrevidos que han puesto en duda la cristiana devoción de San Martín desconocen su grandeza. Este no fue un hombre capaz de fingir nada. Como lo dijo lo practicó: “O serás lo que has de ser, o no serás nada”. Porque fue lo que debía ser, fue grande entre los grandes”. (Cardenal Caggiano, primado de la Argentina, arzobispo de Buenos Aires y vicario castrense).
Y cumpliendo la vieja sentencia castellana del escudo de armas de la familia Zorrilla de San Martín: “Velar se debe la vida de tal suerte, que viva en la muerte”... viven en la inmortalidad.
Bibliografía utilizada:
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Carbia, Rómulo. San Martín y la Iglesia.
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Furlong. El general don José de San Martín, ¿masón, católico, deísta? y La religiosidad del General José de San Martín. 1920. (Rev. El mensajero del S. Cor. de Jesús).
Gelly y Obes, C. El libertador general José de San Martín, cristiano por linaje, educación y convicción.
Grenon, P. San Martín y Córdoba.
Hudson, Damián. Recuerdos históricos de Cuyo.
Paz, Soldán. Historia del Perú independiente.
Piaggio, Agustín. La fe de nuestros padres.
Ruiz Santana. Los capellanes castrenses en el ejército argentino.
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Trenti Rocamora. La creencia religiosa del general don José de San Martín.
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Varela, L. Breve histories de la Virgen de Luján.
Verdaguer, J. Aníbal. Historia eclesiástica de Cuyo.
REFLEXIONES SOBRE SU FÉ RELIGIOSA
Juan Mario Phordoy (1925-1992)
En San Martín, como en los demás héroes de nuestra emancipación -Manuel Belgrano, José María Paz, Gregorio Aráoz de La Madrid, Juan Gregorio de Las Heras, José Matías Zapiola, para citar a algunos de ellos- el fragor de las armas no fue óbice de su fe religiosa, que mantuvieron incontaminada en la guerra y en la paz. El 9 de marzo de 1812 llegaban al puerto de Buenos Aires José de San Martín, Carlos de Alvear, José Matías Zapiola y otros patriotas. Venían a ofrecer sus servicios a la causa de la emancipación. Siete días después, el gobierno le encomendaba a San Martín la formación del Regimiento de Granaderos a Caballo. Llama la atención que el prócer incluyera en el quehacer cotidiano y semanal del regimiento las prácticas del buen cristiano. Lo recuerda el coronel Manuel A. Pueyrredón en sus “Memorias”: “Después de la lista de diana se rezaban las oraciones de la mañana, y el rosario todas las noches en las cuadras, por compañías, dirigido por el sargento de la semana. El domingo o día festivo el regimiento, formado con sus oficiales, asistía al santo oficio de la misa que decía en el Socorro el capellán del regimiento.” Agrega Pueyrredón: “Todas estas prácticas religiosas se han observado siempre en el regimiento, aún mismo en campaña. Cuando no había una iglesia o casa adecuada, se improvisaba un altar en el campo, colocándolo en alto para que todos pudiesen ver al oficiante.” El 12 de setiembre de 1812, San Martín contrajo enlace con María de los Remedios de Escalada. El día 19 del mismo mes, los cónyuges recibieron las bendiciones solemnes en la misa de velaciones, en que comulgaron, según consta en la partida matrimonial conservada en el archivo de La Merced. Tras una fugaz actuación en el norte, con el Ejército Auxiliar del Alto Perú, San Martín recibió el nombramiento de Gobernador- Intendente de Cuyo el 10 de agosto de 1814. Meses después comenzaba la preparación del ejército que había de luchar en Chile y Perú.
En él también introdujo el Libertador las prácticas religiosas. Es testigo de excepción el general Gerónimo Espejo, quien así lo expresó: “Los domingos y días de fiesta se decía misa en el campamento y se guardaba como de descanso... Los cuerpos formaban al frente del altar en columna cerrada, estrechando las distancias, presidiendo el acto el general acompañado del Estado Mayor. Concluida la misa, el capellán - José Lorenzo Güiraldes- dirigía a la tropa una plática de treinta minutos, poco más o menos. Pocos días antes de iniciar el cruce de los Andes, San Martín quiso proclamar a la Virgen del Carmen patrona del ejército y proceder, en ese acto, al juramento a la bandera. El 5 de enero de 1817 se cumplió la ceremonia, que describieron dos testigos presenciales: Gerómino Espejo y Damián Hudson. A las diez de la mañana entraban las tropas en la ciudad. Junto a la iglesia de San Francisco se formó la procesión. Marchaban en pos de la imagen de la Virgen “el general San Martín, de gran uniforme, con su brillante Estado Mayor y lo más granado de la sociedad mandolina.” Hubo misa solemne, panegírico del capellán Güiraldes y tedéum. Se organizó de nuevo la procesión encabezada por el clero. “Al asomar la bandera junto con la Virgen, consigna Espejo, los cuerpos presentaron armas y batieron a marcha. El regocijo y la conmoción rebasaron toda medida cuando, al salir la imagen para colocarla en el altar, el general San Martín le puso su bastón de mando en la mano derecha, declarándola así, en la advocación que representaba, patrona del Ejército de los Andes.” La ceremonia concluyó con la ovación a la bandera y un brillante desfile. El 12 de febrero de 1818, se cumple en Santiago el acto formal de la proclamación de la independencia de Chile, con tedéum y misa. Un mes después, el 14 de marzo, se realiza en la catedral capitalina una ceremonia religiosa de consagración a la Virgen, bajo los términos de este bando: “El excelentísimo señor Director Supremo resuelve, con acuerdo y solicitud de todos los cuerpos representantes del Estado, declarar y jurar solemnemente por patrona y generala de las armas de Chile, a la sacratísima reina de los cielos María Santísima del Carmen, esperando con la más alta confianza que bajo su augusta protección triunfarán nuestras armas de los enemigos de Chile. Que para monumento de la determinación pública y obligatoria, y con la segura esperanza de la victoria, hace voto solemne el pueblo de erigir una capilla dedicada a la Virgen del Carmen, que sirva de distinguido trofeo a la posteridad y de estímulo a la devoción y religiosa gratitud, en el mismo lugar que se verifique el triunfo de las armas de la patria.” La batalla de Maipú, ganada el 5 de abril de 1818, decidió el sitio exacto para construir la capilla prometida. Mencionaremos dos documentos de la devoción de San Martín a la Virgen. El primero, es la carta que el prócer escribió en Mendoza el 12 de agosto de 1818, destinada al guardián del convento de San Francisco: “La decidida protección que ha presentado al ejército su patrona y generala, nuestra Madre y Señora del Carmen, son demasiado visibles. Un cristiano reconocimiento me estimula a presentar a dicha Señora (que se venera en el convento que rige vuestra paternidad) el adjunto bastón como propiedad suya, y como distintivo del mando supremo que tiene sobre dicho ejército.” El otro, es una nota del general Manuel de Olazábal, conocida hace pocos años y adjunta a un viejo rosario que fue donado al Regimiento de Granaderos a Caballo, de Buenos Aires. Su publicación habrá sorprendido a quienes se figuraban un San Martín no religioso. El objeto está identificado como rosario de madera del monte de los Olivos, perteneciente al general San Martín, a quien se lo regalara la hermana de caridad que cuidó de él después de la batalla de Bailén contra los franceses, en 1808, en la que fue herido ligeramente. La expedición al Perú fue la última gran campaña de San Martín. El 9 y 10 de julio de 1821, entraba el ejército en Lima y el 28 se juraba la independencia del Perú. Al día siguiente hubo tedéum en la catedral y pontificó el arzobispo. San Martín promulgó el Estatuto Provisional del 8 de octubre de ese año, para regular los actos de su gobierno, con este primer artículo: “La religión católica, apostólica, romana es la religión del Estado. El gobierno reconoce como uno de sus primeros deberes el mantenerla y conservarla por todos los medios que estén al alcance de la prudencia humana. Cualquiera que ataque en público o en privado sus dogmas y principios, será castigado con severidad a proporción del escándalo que hubiere dado".
El Protector jura y suscribe este Estatuto, como norma de su gobierno. La oración patriótica del presbítero Mariano José de Arce, pronunciada en esa oportunidad, deja una impresión serena de la situación creada en el Perú con el advenimiento de San Martín: “Las desgracias iban preparando el camino de nuestra felicidad en las manos paternales de la providencia... Su sabiduría eterna suscita un genio benéfico a las orillas del río de la Plata: lo adorna con la prudencia, con la justicia y la fortaleza, para que fuese ornamento y consuelo de la humanidad; le da la victoria de Chacabuco y Maipú, para hacer libre a una nación tan digna de serlo, como escarmentando a los opresores y, últimamente, lo hace arribar a nuestras playas arenosas el día de la natividad de María Nuestra Señora en el año que acaba de correr. Aquí empieza la época de la felicidad del Perú.” Después de la famosa entrevista de Guayaquil con el Libertador Bolívar, San Martín decidió retirarse a la vida privada. Se despidió con actos que llevan el sello de sentida religiosidad. El 22 de agosto de 1822, ordenaba que hubiese en la catedral unas grandes vísperas en honor de nuestra patrona Santa Rosa, y el día 30, una solemne misa y procesión. El 20 de setiembre debía reunirse el Congreso para recibir las insignias del mando supremo. San Martín publicó un decreto en orden a su instalación y las funciones religiosas que debían anteponérsele en la catedral: “Ocupados los asientos respectivos, empezará la misa votiva del Espíritu Santo, que cantará el deán eclesiástico. Concluida, se entonará el himno Veni sancte spiritus y enseguida el deán hará una ligera exhortación a los diputados, sobre la protestación de la fe y juramento que deben prestar. La fórmula de éste será leída en alta voz por el ministro de Estado en el Departamento de Gobierno, concebido en los términos siguientes: ¿Juráis conservar la santa religión católica, apostólica, romana como propia del Estado y conservar en su integridad el Perú? San Martín partió ese mismo día con destino a Chile.
EL SERVICIO RELIGIOSO PARA LAS NUEVAS TROPAS
Rvdo. P. Cayetano Bruno
Cuando San Martín comenzó a organizar en Mendoza el ejército, el escaso número inicial de efectivos era asistido espiritualmente por el párroco de esa ciudad pero, a medida que arribaban los nuevos contingentes para engrosar las filas, se acrecentaba también la acción pastoral. “Eran hombres educados en la religión católica - decía Belgrano- afianzados en las virtudes naturales cristianas y religiosas. Con tal motivo San Martín dirige desde Mendoza, el 3 de noviembre de 1815, un oficio al secretario de guerra, coronel Marcos González Balcarce, por el cual solicita el nombramiento de un vicario castrense como inicio del cuerpo de capellanes. Decía el Libertador: “se hace ya sensible la falta de un vicario castrense que, contraído por su carácter al servicio exclusivo del ejército, se halle éste mejor atendido en sus necesidades espirituales y religiosas... Conforme a ello, propongo para el vicario general castrense el Pbro. Dr. José Lorenzo Güiraldes. Este eclesiástico, que al buen desempeño de su ministerio reúne un patriotismo decidido, ejercerá aquel con la piedad y circunspección apetecibles.” Güiraldes era mendocino y ejercía el sagrado ministerio en aquella ciudad. Era ferviente patriota y había demostrado siempre con la mayor decisión su adhesión a la causa de la libertad americana. Organizó el clero castrense que desarrolló su actividad pastoral en el campamento del Plumerillo, brindando asiduo apoyo religioso a los efectivos allí concentrados que, a principio de 1817, eran 3.987 hombres, entre jefes, oficiales y tropa. La actividad que debían desarrollar los capellanes había sido reglamentada por Güiraldes en las denominadas “Instrucciones Generales”. Ellas se ajustaban a las normas canónicas castrenses que regían, pero adecuadas a la situación propia de los ejércitos de la patria. Esas ordenanzas establecían que se omitiera en las preces litúrgicas de la santa misa la mención “por el rey Fernando VII y su familia”, igual que la petición “por los ejércitos y pueblos realistas”, rogando, en cambio, sólo por los ejércitos y pueblos que sostenían la libertad de América. Las normas también establecían que los capellanes debían exhortar a la tropa a la subordinación a sus jefes y oficiales, enalteciendo la santidad de nuestra religión y la justa causa que defendían.
El cuerpo auxiliar de los capellanes castrenses del Ejército de los Andes se hallaba constituido, además, con los sacerdotes chilenos exiliados, que brindaron una eficaz colaboración. Entre ellos merece citarse al Pbro. Casimiro Albano y Pereyra, quien tenía una acendrada amistad, desde su niñez, con Bernardo O’Higgins, razón por la cual éste le llamaba “hermano”. En 1844 Albano y Pereyra publicó el primer ensayo biográfico del héroe, titulado “Memoria del Excmo. Señor Don Bernardo O’Higgins”. Fue capellán del ejército patriota chileno durante la campaña de la Patria Vieja y lo siguió siendo en el Ejército de los Andes, además del cargo que se le asignó como “proveedor general”. Cinco religiosos bethlemitas se integraron al cuerpo de sanidad como médicos de este ejército, cumpliendo la doble misión espiritual y humana en grado honroso. El benemérito fray Antonio de San Alberto - dice el general Espejo- continuó sus servicios como cirujano y aún se embarcó en Valparaíso, en agosto de 1820, con el Ejército Libertador del Perú, bajo las órdenes del general San Martín. En el año 1823, en que entró en Lima el libertador Simón Bolívar, le nombró su médico de cámara y le expidió el despacho de teniente coronel del ejército. A su lado asistió al resto de la campaña. Para las celebraciones religiosas del Ejército de los Andes en campaña, el general San Martín había ordenado la preparación de cuatro capillas portátiles, con los respectivos ornamentos y objetos litúrgicos. “Los capellanes, que hasta el presente han servido sin sueldo ni gratificación alguna -le decía Güiraldes a San Martín-son acreedores a que V.E. los incorpore ya en las revistas y estados generales con arreglo a ordenanzas, donde perciban sus sueldos, dignándose mandarles algún socorro para que se preparen a la marcha como miembros del ejército.” En efecto, aquellos capellanes, henchidos de amor a la patria y decididos por la emancipación americana, partieron con la tropa para cumplir la campaña de los Andes. Las arduas jornadas cordilleranas supieron de su abnegada misión al compartir plenamente las vicisitudes del soldado. En realidad, todo ello era el testimonio del afecto y lealtad que brindaron los capellanes castrenses al Gran Capitán.
La proclamación de la Virgen del Carmen como patrona del Ejército de los Andes y el solemne juramento a la gloriosa bandera -actos realizados el 5 de enero de 1817- centraron las solemnes manifestaciones de piedad y marcialidad en la ciudad de Mendoza, antes de la partida para el cruce de los Andes. En la iglesia matriz, el general San Martín presentó la bandera para ser bendecida por el capellán general castrense José Lorenzo Güiraldes. Con oración, sacrificio y heroísmo, partía aquel ejército hacia la ardorosa campaña de los Andes: “Dios mediante para el 15 - decía San Martín a Godoy Cruz- ya Chile es de vida o muerte... Dios nos dé acierto; mi amigo, para salir bien de tamaña empresa.”
LEGADO SANMARTINIANO
"A aquel que blasfemare, o insultare, o hiciere burla del santo nombre de Dios Nuestro Señor o de su Santísima Madre, le será atravesada la lengua con un fierro al rojo vivo".
Del Reglamento Interno del Ejército de los Andes
"...yo no aprobaré jamás que ningún hijo del país se una a una nación extranjera para humillar a su Patria".
De la Carta de San Martín a Gregorio Gómez, 21 de septiembre de 1829
"Mi más apreciable paisano y señor: no puedo ni debo analizar las causas de esta guerra entre hermanos. Y lo más sensible es que siendo todos de iguales opiniones en sus principios, es decir, de la emancipación e independencia absoluta de la España. Pero sean cuales fueran las causas, creo que debemos cortar toda diferencia y dedicarnos a la destrucción de nuestros enemigos, los españoles, quedándonos tiempo para transar nuestras desavenencias como nos acomode, sin que haya un tercero en discordia que pueda aprovecharse de estas críticas circunstancias. Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón. No tengo más pretensión que la felicidad de la Patria; en el momento en que ésta se vea libre renunciaré el empleo que obtenga para retirarme, teniendo el consuelo de ver a mis conciudadanos libres e independientes...”.
De la Carta de San Martín a José Artigas
"Gran Bourg, 7 leguas de París 10 de junio de 1839.
Exmo. Sr. capitán general D. Juan Manuel de Rosas. Respetable general y señor: Es con verdadera satisfacción que he recibido su apreciable del 24 de enero del corriente año; ella me hace más honor de lo que mis servicios merecen; de todos modos, la aprobación de estos por los hombres de bien es la recompensa más satisfactoria que uno puede recibir. Los impresos que usted ha tenido la bondad de remitirme, me han puesto al corriente de las causas que han dado margen a nuestra desavenencia con el gobierno francés: confieso a usted, apreciable general, que es menester no tener el menor sentimiento de justicia, para mirar con indiferencia un tal abuso del poder; por otra parte, la conducta de los agentes de este gobierno, tanto en este país como en la Banda Oriental, no puede calificarse sino dándosele el nombre de verdaderos revolucionarios; ella no pertenece a un gobierno fuerte y civilizado; pero es que ni en la Cámara de los Pares, ni en la de los Representantes no ha habido un sólo individuo que haya exigido del ministerio la correspondencia que ha mediado con nuestro gobierno, para proceder de un modo tan violento como injusto: esta conducta puede atribuirse a un orgullo nacional, cuando puede ejercerse impunemente contra un estado débil o a la falta de experiencia en el gobierno representativo y a la ligereza proverbial de esta nación; pero lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer. Me dice en su apreciable, que mis servicios pueden ser de utilidad á nuestra Patria en Europa; yo estoy pronto a rendírselos con la mayor satisfacción; pero, y faltaría a la confianza con la que usted me honra, si no le manifestase, que destinado a las armas desde mis primeros años, ni mi educación, ilustración, ni talentos no son propios para desempeñar una comisión de cuyo éxito puede depender la felicidad de nuestro país; si un sincero deseo del acierto y una buena voluntad fuesen suficientes para corresponder a la tal confianza, usted puede contar con ambas cosas con toda seguridad, pero estos deseos son nulos sino los acompañan otras cualidades. Deseo a usted acierto en todo y una salud cumplida, igualmente el que me crea sinceramente su afecto servidor y compatriota”.
Carta de San Martín a Rosas, 10 de Junio de 1839
"Paisano y muy señor mío: el que escribe a usted no tiene más interés que la felicidad de la Patria. Unámonos paisano mío, para batir a los maturrangos que nos amenazan; divididos seremos esclavos, unidos estoy seguro que los batiremos. Hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares y concluyamos nuestra obra con honor. La sangre americana que se vierte es muy preciosa, y debía emplearse contra los enemigos que quieren subyugarnos. Unámonos, repito, paisano mío. El verdadero patriotismo en mi opinión consiste en hacer sacrificios; hagámoslos, y la Patria sin duda alguna es libre, de lo contrario seremos amarrados al carro de la esclavitud. Mi sable jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas. En fin paisano, transemos nuestras diferencias; unámonos para batir a los maturrangos que nos amenazan, y después nos queda tiempo para concluir de cualquier modo nuestros disgustos, en los términos que hallemos por convenientes, sin que haya un tercero en discordia que nos esclavice...".
De la Carta de San Martín a Estanislao López
PENSAMIENTO
Estoy firmemente convencido que los males que afligen a los nuevos Estados de América no dependen tanto de sus habitantes como de las constituciones que los rigen. Si los que se llaman legisladores en América hubieran tenido presente que a los pueblos no se les debe dar las mejores leyes, pero sí las mejores que sean apropiadas a su carácter, la situación de nuestro país sería diferente.
No quiero manchar mi espada con sangre de mis hermanos.
Más ruido hacen diez hombres que gritan que cien mil que están callados.
Serás lo que debas ser, si no, eres nada.
Si somos libres, todo nos sobra.
La unión y la confraternidad, tales serán los sentimientos que hayan de nivelar mi conducta pública cuando se trate de la dicha y de los intereses de los otros pueblos.
La biblioteca es destinada a la ilustración universal, más poderosa que nuestros ejércitos para sostener la independencia.
La reputación del generoso puede comprarse muy barata; porque no consiste en gastar sin ton ni son, sino en gastar con propiedad.
Antes sacrificaría mi existencia que echar una mancha sobre mi vida pública que se pudiera interpretar por ambición.
La ilustración y fomento de las letras es la llave maestra que abre la puerta de la abundancia y hace felices a los pueblos.
La moderación y la buena fe, tales los fundamentos sobre los que apoyo mis esperanzas de ver estrechados los vínculos sagrados que nos unen, y de no aventurar un solo paso que pueda romperlos o debilitarlos.
Por inclinación y principios amo el gobierno republicano y nadie, nadie lo es más que yo.
En mis providencias malas o buenas, jamás ha tenido parte la personalidad y sí sólo el objeto del bien e independencia de nuestro suelo.
Es cierto que tenemos que sufrir escasez de dinero, paralización del comercio y agricultura, arrostrar trabajos y ser superiores a todo género de fatigas y privaciones; pero todo es menos que volver a uncir el yugo pesado e ignominioso de la esclavitud.
Deseo que todos se ilustren en los sagrados derechos que forman la esencia de los hombres libres.
Mis necesidades están más que suficientemente atendidas con la mitad del sueldo que gozo.
La seguridad individual del ciudadano y la de su propiedad deben constituir una de las bases de todo buen gobierno.
Dios conserve la armonía, que es el modo de que salvemos la nave.
No se debe hacer promesa que no se pueda o no se deba cumplir.
El empleo de la fuerza, siendo incompatible con nuestras instituciones, es, por otra parte, el peor enemigo que ellas tienen.
Mi barómetro para Conocer las garantías de tranquilidad que ofrece un país las busco en el estado de su hacienda pública y, al mismo tiempo, en las bases de su gobierno.
La marcha de todo Estado es muy lenta; si se precipita, sus Consecuencias son funestas.
No nos ensoberbezcamos con las glorias y aprovechemos la ocasión de fijar la suerte del país de un modo sólido y tranquilo.
La religiosidad de mi palabra como caballero y como general ha sido el caudal sobre el que han girado mis especulaciones.
Todo buen ciudadano tiene una obligación de sacrificarse por la libertad de su país.
Mi objeto desde la revolución no ha sido otro que el bien y felicidad de nuestra patria y al mismo tiempo el decoro de su administración.
Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón.
En el último rincón de la tierra en que me halle estaré pronto a sacrificar mi existencia por la libertad.
Al americano libre corresponde trasmitir a sus hijos la gloria de los que contribuyeron a la restauración de sus derechos.
Tiempo ha que no me pertenezco a mí mismo, sino a la causa del continente americano.
Divididos seremos esclavos, unidos estoy seguro que los batiremos: hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares, y concluyamos nuestra obra con honor.
Nuestros desvelos han sido recompensados con los santos fines de ver asegurada la independencia de la América del Sud.
La armonía, que creo tan necesaria para la felicidad de América, me ha hecho guardar la mayor moderación.
Voy a hacer el último esfuerzo en beneficio de la América. Si éste no puede realizarse por la continuación de los desórdenes y anarquía, abandonaré el país, pues mi alma no tiene un temple suficiente para presenciar su ruina.
Para defender la libertad se necesitan ciudadanos, no de café, sino de instrucción y elevación moral.
Estoy convencido que la pasión del mando es, en general, lo que con más imperio domina al hombre.
Hombres que se abandonan a los excesos son indignos de ser libres.
Los hombres distamos de opinión como de fisonomías, y mi conducta, en el tiempo en que fui hombre público, no pudo haber sido satisfactoria a todos.
No es en los hombres donde debe esperarse el término de nuestros males: el mal está en las instituciones y sólo en las instituciones.
Ser feliz es imposible, presenciando los males que afligen a la graciada América.
Los hombres no viven de ilusiones sino de hechos.
Mi nombre es ya bastante célebre para que yo lo manche con infracción de mis promesas.
Las consecuencias más frecuentes de la anarquía son las de producir un tirano.
Ya veo el término a mi vida pública y voy a tratar de entregar esta p da carga a manos seguras, y retirarme a un rincón a vivir como hombre.
Es necesario tener toda la filosofía de un Séneca, o la impudicia un malvado para ser indiferente a la calumnia.
Mi sable jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas.
Tan injusto es prodigar premios como negarlos a quien los merece.
Al hombre honrado no le es permitido ser indiferente al sentimiento de la justicia.
Nada suministra una idea para conocer a los hombres como una revolución.
Fuente: Es legado de San Martín. Comisión Nacional de Homenaje al bicentenario Nacimiento del Gral. D. José de San Martín. Instituto Nacional Sanmartiniano).
Editó Gabriel Pautasso
gabrielsppautasso@yahoo.com.ar
DIARIO PAMPERO Cordubensis
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